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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Dar por detrás

El otro día sucedió algo extraordinario en la consulta. No llevo la cuenta de los accidentados de tráfico que habremos atendido en siete lustros de vida profesional pero serán millares y, en casi todos, la respuesta al “¿qué le pasa?” con que los médicos iniciamos el interrogatorio clínico siempre es la misma: “que me han dado un golpe”. Y es que uno de los fenómenos más prodigiosos de cuantos he observado en la práctica es que, si bien toda colisión precisa la concurrencia de al menos dos vehículos, uno de los cuales da y el otro recibe, todos los lesionados, sin excepción, aseguran que fue el otro quien les dio. Quien se saltó el semáforo, o el stop. Quien no marcó o hizo la pirula en la rotonda. Quien iba distraído o hablando por el móvil. En suma: quien tuvo la culpa. Ejercitando la funesta manía de pensar, he tratado de encontrar una explicación a la chocante realidad de que, al parecer, sólo los que reciben el golpe demandan asistencia. Quizá el dador resulte ileso porque lo vea venir y se prepare tensando el cuerpo, mientras que el golpe sorprende al tomador desprevenidamente relajado. O a lo mejor depende de las coberturas de las pólizas, aunque sospecho que echarle la culpa siempre al otro forma parte de nuestra idiosincrasia victimista.

Pues bien, hace poco un conductor lesionado me dejó boquiabierto explicando que fue su coche el que alcanzó al que le precedía, el cual, inexplicablemente, se había detenido ante un semáforo en ámbar. No lo podía creer y dejé de teclear su historia para observar a tan raro bicho con curiosidad antropológica. Pero era un tipo de aspecto normal que, para colmo, amplió su asombrosa autoinculpación confesando un exceso de confianza en que, ante la inminencia del virado al rojo, su víctima aceleraría, como todos, pero hizo lo contrario y él iba tan pegado que a pesar del frenazo le sacudió por detrás. Era enternecedor, y tan admirable, que estuve a punto de invitarle a un café y hacerme una foto con él para exhibirla como prueba cuando lo contara.

Lo cierto es que en esta ciudad de las cien rotondas se producen a diario casi sendos accidentes como reflejo de un modo de conducirse por la vida caracterizado por la impaciencia, la insensatez y la falta de respeto a las normas, a los demás en definitiva. El prepotente desprecio de muchos automovilista a los otros, a los peatones o a los que viajan sobre dos ruedas se está convirtiendo en un problema social, sanitario y económico de primer orden, y los multacares deberían dedicarse menos a sancionar vehículos detenidos y más a detener conductores incívicos, antes de que acaben llevándonos por delante o, con más probabilidad, dándonos por detrás.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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