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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Ojos que no ven

Modificando la adaptación de Joshua Greene del dilema moral planteado por Peter Unger, imagine que nada más sacar del concesionario el flamante todoterreno que le ha costado el pastón que no tiene descubre el cuerpo de un vagabundo tendido en la cuneta. Duda, pero, temiendo que esté muerto, se detiene y descubre que todavía alienta. Viste sucios harapos, huele que apesta y vomita flotando en aguardiente. A duras penas, el hombre murmura que lo han atropellado y le suplica ayuda. A usted le repugna estrenar la piel beis de su asiento trasero con semejante pasajero pero cree tener conciencia y acaba trasladándolo a un hospital aunque el hedor acabe en el acto con ese grato y caro perfume a coche nuevo. Ya en casa, recoge del buzón una carta en la que Oxfam, Unicef, Médicos sin Fronteras u otra organización humanitaria de prestigio le piden los veinte euros que cuesta evitar la muerte de una mujer de parto, de un hombre por SIDA o de un niño de diarrea por agua contaminada en África; lo más probable es que la tire a la papelera sin leerla y que al día siguiente su buena conciencia no se resienta gastándose el doble en algo superfluo. ¿Cómo es que negarle ayuda al indigente nos parece moralmente reprobable y al negrito condenado a morir de disentería no? Parece claro que por la cercanía del primero y la «impersonalidad» del segundo, sabiamente expresadas por el conocido refrán «ojos que no ven, corazón que no siente». Pero esta perversa dualidad moral no deriva de una conducta reprobable: estudios neurocientíficos han detectado por resonancia magnética mayor actividad en las áreas cerebrales asociadas a la emoción y la sociabilidad en disyuntivas éticas tan próximas como ante un incómodo malherido a nuestros pies. De manera que no ayudarlo debe de ser tan inhumano como aceptable negar el donativo a la ONG humanitaria, porque así funciona el cerebro humano. Por tanto, no comparto los encomiásticos reconocimientos como por ejemplo al «admirable, ejemplar, solidario y excepcional comportamiento y la desinteresada y ejemplar colaboración» de los habitantes del barrio santiagués de Angrois que «espontáneamente» socorrieron a las víctimas del terrible descarrilamiento. Exaltados como ejemplo de solidaridad, civismo y humanidad, ya les han concedido la Medalla de Oro de la ciudad, quieren erigirles un monumento y son candidatos al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Pues cualquiera en su lugar nos hubiésemos desvivido también por atender a un semejante lesionado junto a nuestra casa, aunque no soltemos un céntimo por salvar a un tercermundista lejano y bastante menos semejante. No por falta de corazón, sino como resultado de una reacción neuroquímica no sujeta a juicio moral. A que alivia.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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