Dos milenios y medio después de Sócrates, los occidentales seguimos debatiendo qué es la felicidad, dónde reside y cómo alcanzarla. Al cabo de tantos siglos, el único acuerdo al respecto es que, aunque desconozcamos en qué consiste, ser feliz es una aspiración universal irrenunciable. Multitud de escuelas filosóficas, religiones y pensadores por libre han intentado definir las claves de la dicha humana ofreciendo un espectro de teorías que oscilan entre la beatitud mística y la razón más pura y dura. Partiendo de la común convicción de que no puede ser completa ni permanente, algunos identifican destellos de felicidad en la autorrealización, poseerlo todo, satisfacer todos los deseos y lograr las metas propuestas y otros, por el contrario, en saber renunciar, conformarse y adaptarse a la vida asumiendo la propia condición y eliminando todo anhelo ansioso. Los espiritualmente más exigentes basan su felicidad en la unión con Dios en la otra vida y los menos se conforman con la ausencia de dolor físico y psíquico en ésta, con un aséptico término medio situado en la armonía interior y en paz con el mundo.
Bueno, pues un reciente estudio sociológico asegura que la mayoría de los españoles se declaran felices o muy felices y que las actividades más directamente relacionadas con su felicidad son las vacaciones y los banquetes familiares o con amigos. Yo añadiría una tercera pata del trípode que sustentaría la versión española del concepto kantiano de felicidad como ideal de la imaginación: la jubilación (vacaciones perpetuas en el fondo), máxime yendo de vientre como un reló. Es decir que el estado de bienestar, contento y satisfacción que llamamos felicidad resulta incompatible con las fatigas laborales y las responsabilidades de la vida productiva, como si este castigo divino del pecado original que es el trabajo nos impidiera ser felices, y en cuanto podemos buscamos un remedo del paraíso perdido en holganzas, escapadas y cenorros bien regados donde colegas todavía con años de vida laboral por delante sólo hablamos de lo hartos que estamos y sobre cómo adelantar unos meses el retiro aun perdiendo pensión. Añadiría que así nos va, con respecto a Alemania por ejemplo, si no fuera porque el mismo estudio asegura que los españoles somos los europeos más felices y los alemanes los menos. Quizá llevase razón la cigarra: por qué trabajar para el invierno cuando no se sobrevive al verano.