En este país hay dos clases de mangantes: los aborrecidos por la plebe y los que merecen su simpatía. Aquí lo de malversar, estafar e incluso atracar merece un juicio social diferente según quién pero, sobre todo, según lo que sea el delincuente. Un ejemplo de ladrón que obtiene el éxito social gracias a su golpe es Dionisio Rodríguez Martín, alias el Dioni. Un anónimo empleado del transporte de caudales de deslucida existencia hasta que se llevó la pasta del furgón (casi 300 millones de pesetas de 1989) y se fugó a Brasil a pegarse la vidorra. De la mitad del botín nunca se supo y el desfalco supuso la bancarrota de la empresa, pero cuando salió de la cárcel (34 meses) lo trataron como a un héroe. Abrió tres bares («El Caco Dioni» entre ellos), grabó una canción («Todo sobre mi furgón»), Joaquín Sabina le dedicó otra («Con un par») y hace no mucho aseguró que no se arrepentía de un robo que repetiría «por la golfería de empresarios y políticos que hay ahora». Con otro par.
El tipo opuesto de bandido, el odiado, vilipendiado y objeto de la ira popular, lo encarna el desastroso banquero Miguel Blesa, un sibarita con gustos y gastos de oligarca ruso que también se pegó la vida padre mientras hundía Caja Madrid. Pero a diferencia del Dioni aún no ha sido condenado, aunque ya ha pisado la cárcel por la prevaricación de un juez que le tenía las mismas ganas que el grupo de preferentistas presuntamente estafados por él que hace unos días lo insultaron y hasta le arrearon un pancartazo a la salida del juzgado.
O sea que en el monipodio nacional si evades impuestos, matas conduciendo borracho o cobras pingües sobornos no sólo puedes contar con la benevolencia popular sino que si eres futbolista, torero o tonadillera podrás seguir gozando del aplauso que el populacho dispensa incondicionalmente al sinvergüenza cuyo presunto arte lo embelesa. Mas si eres banquero, empresario o yerno del Rey prepárate porque en España no es pecado robar sino que lo haga un poderoso, porque es el poder, robar desde arriba, lo que se envidia a rabiar. A muchos no les importaría presidir un banco, ser el mandamás de su lugar, estar en la lista Forbes o pegar un buen braguetazo, pero a ver quién se identifica con un pobre diablo bizco atracador de su propio furgón, devenido en bufón empelucado de late show. Incluso si fue justamente condenado, a un tipo así se lo perdonamos todo. Al presunto mangante vip, en cambio, lo condenamos antes de haberlo juzgado.