El gran error que dificulta el entendimiento en cualquier debate consiste en no aclarar antes la correcta definición de los conceptos objeto de la discusión. Muchas disputas dialécticas resultan tan estériles como apasionadas porque los participantes sobrentienden cosas diferentes expresadas con las mismas palabras o expresiones, sin detenerse a reflexionar sobre significados aparentemente obvios pero que admiten interpretaciones muy distintas si se realiza el esfuerzo de «fijar con claridad, exactitud y precisión» su naturaleza, esto es, de definirlas. Sirva como ejemplo la tan cacareada estos días «defensa de la sanidad pública». Primero: ¿qué es la sanidad pública? «Sanidad» significa (1) cualidad de sano y (2) conjunto de servicios gubernativos ordenados para preservar la salud de la población y por el adjetivo «pública» pueden entenderse cosas como «notorio, patente» o «vulgar, común» o «perteneciente a todo el pueblo», pero en este caso parece más adecuado algo como «financiada con cargo a los presupuestos del Estado para proveer esos servicios salutíferos a los ciudadanos de forma universal y gratuita» y, habría que añadir, «procurando la mejor atención con el menor costo y a tiempo». Ahora vayamos con «defensa» = acción de defender, es decir, de (1) «amparar, proteger», (2) «mantener, conservar» o (3) «abogar o alegar a favor de». A mi entender, por tanto, defender la sanidad pública es apoyar el mantenimiento de un sistema sanitario pagado por todos para que todos recibamos la mejor atención tras la menor espera posible y con el uso más eficiente de unos recursos cada vez más limitados frente a una demanda cada vez mayor. Y sucede que la viabilidad de esta difícil misión obliga a los poderes públicos a dos cosas: gestionar de manera óptima los propios recursos y, cuando ni así sean suficientes, echar mano de los ajenos. Así que concertar la colaboración de empresas privadas para prestar un servicio público como la sanidad, la enseñanza, el transporte, la limpieza o lo que sea, e incluso para intentar mejorar su gestión también es defenderla y no, como demagógicamente se machaca, privatizarla. Pues privatizar es «transferir» o sea «ceder el dominio de una actividad pública al sector privado», y sólo por mala intención o mala información puede considerarse como tal lo que se pretendía hacer en los hospitales de Madrid. A algunos celebrantes del supuesto triunfo de haberlo evitado les pediría que definieran «lo nuestro». Seguro que no hablamos de lo mismo.