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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Hideputas

Esta columna iba a titularse «Hijoputas» y comenzaba así: “No escandalizarse, todo lo malsonante que quieran pero la palabra «hijoputa» está en el diccionario”. Pero lo consulté y resulta que no está, así que la he sustituido por el «hideputa» sí admitido en el DRAE aunque esté en desuso. Así de perezosa es la Real Academia; salvo Ricardo Romanos hoy nadie utiliza «hideputa», mientras que el «hijoputa» no se nos cae de la boca. Ambas palabrotas son contracciones apocopadas de «hijo de puta» y su vulgarismo «hijo puta», que es uno de los insultos más graves de un idioma pródigo en ofensas verbales, y también de los más antiguos: ya el fuero de Madrid (1202) castigaba severamente este agravio, que según Pancracio Celdrán, autor del Inventario General de Insultos, fue durante mucho tiempo fue el más violento y soez de todos. Cervantes utilizó «hijo de puta» o «hideputa» doce veces en la primera parte del Quijote y quince en la segunda, algunas en sentido ponderativo (“no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae de bajo del entendimiento de alabarle”). Así que, según el contexto, con «hijoputa» podemos estar llamando a alguien «mala persona» (significado académico) o alabándolo a la española, o sea ensuciando el elogio de envidia: «qué listo es el hijoputa».

Con respecto a la primera acepción, existen tres categorías de hijoputas, de mayor a menor: los de tercer grado o Grandes Hijos de Puta, como el sanguinario dictador, el pederasta asesino o el terrorista de coche bomba; los de segundo grado (el camello a la puerta del colegio, el desalmado timador de pensionistas, el macho que cocea a la parienta), y los de primero: la profesora que siempre suspende a mansalva, el conductor temerario que se te cruza en la rotonda, el alborotador nocturno que impide dormir… Precisamente hoy quería hablarles de uno de estos joputillas de baja intensidad, pero ya me he quedado sin columna. Se trataba del hideputa rayador, subespecie de anormal en que se convierte un descerebrado cuando logra asir con su zarpa prensil cualquier objeto afilado capaz de rayar una superficie pulimentada virgen. Entre las variedades urbanas de este espécimen de gamberro especializado destacan el rayador de coches, el raspador de marquesinas de parada de autobús y el arañador de ascensores, posiblemente el más imbécil de todos. Otro jueves será.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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