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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Estar en España

Gracias a las numerosas aplicaciones existentes, un esmarfón puede servir para todo menos hablar por teléfono. El mío lleva hasta un decibelímetro. ¿Que para qué? Se lo cuento.

Es bien conocido que España es el segundo país más ruidoso del mundo –si me pierdo no me busquen en Japón- pero menos, quizás, el potencial patógeno de esta contaminación invisible, pues el exceso de ruido perjudica la salud, especialmente de cinco sistemas: auditivo, respiratorio, digestivo, neurovegetativo y circulatorio. La intensidad del sonido se mide en decibelios: el tráfico ronda los 70, un timbre 80, una banda de rock 100, una taladradora 110 y los ya insoportables 120 decibelios limitan el umbral del dolo. Aparte de que el ruido dificulta la concentración e interfiere la comunicación, está evidenciada la relación entre exposición por encima de los 80 db y pérdida de audición (sobre todo en jóvenes expuestos al auricular, el bar o la discoteca), enfermedad cardiovascular (hipertensión, angina de pecho e infarto de miocardio), accidente cerebrovascular y estados de estrés e irritabilidad que a su vez favorecen otras enfermedades. De modo que en este país el ruido es un problemón de salud pública que no parece preocupar a nuestro Estado hiperprotector.

El caso es que el sábado tuvimos la mala suerte de escoger para cenar el mismo asador que dos cuadrillas de amigos, bien adultos, que antes de empezar a soplar ya chillaban como energúmenos. Cuando el vocerío se hizo insufrible, eché mano al móvil, medí el estruendo, y el pico ruidoso había alcanzado la escandalosa cifra de ¡111,4 decibelios!, que me concedieron, creo, el derecho a pedirles que bajaran el nivel con un discreto siseo. Bueno, pues no sólo se la refanfinfló sino que uno de aquellos becerros caníbales gritó: «¡Estamos en España!», y todos continuaron agrediéndonos impunemente con sus berridos. Para más escarnio, cuando logramos escapar de aquel infierno para siempre, el rebaño nos despidió con un burlón coro de siseos. Quedó claro que el infarto cerebral no figuraba entre sus patologías de riesgo.

El manual dice que solucionar una lacra social requiere educación, información y concienciación. Pero será en un país civilizado, porque, en esta España en la que estamos, el desprecio del respeto al prójimo es una seña de identidad nacional tan arraigada que hasta se alardea de ello. Aquí, como siempre, sólo funcionarían el control y la sanción, pero perseguir ruidosos es más conflictivo y menos rentable que un cómodo paseíto en el multacar. Por ejemplo.

 

(el-bisturi.com)

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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