La demencia senil de tipo Alzheimer es una enfermedad neurovegetativa que se manifiesta como una pérdida inexorable y progresiva de la función cognitiva que afecta a la memoria, al pensamiento y al comportamiento. Esta es la fría definición de un terrible mal que destruye lenta y cruelmente al afectado y produce devastadores efectos colaterales en su entorno afectivo. Con respecto al desaparecido Adolfo Suárez, diríase que la totalidad del pueblo español, pero sobre todo los nacidos antes de 1960, hubiésemos padecido un Alzheimer colectivo porque nos habíamos olvidado de él, no pensamos en lo mucho que le debemos y no hemos podido comportarnos peor con el mago de la transición que en un año de vértigo sacó una democracia de la chistera de la dictadura.
Estos días no paramos de oír y leer que en este país tienes que morirte para que te honren si lo mereces, y en el caso de Suárez la ingratitud y la falta de reconocimiento durante tantos años a su trascendental coraje personal y político son imperdonables. Pero no voy a convertir esta columna en un panegírico más. Quizá el mayor elogio que pueda dedicársele a un gobernante muerto en este país es desear que volviera, y España necesita otro Adolfo Suárez con urgencia. Otro líder con un par, comprometido con su país, que se plante ante las cámaras y seduzca a la ciudadanía proponiendo un golpe de timón corrector de los actuales problemones nacionales: el desempleo, la corrupción y el fraude, la falta de expectativas de la juventud, el secesionismo y el empobrecimiento de la mayoría de los ciudadanos.
Pero sí quisiera proponer una reflexión distinta entre tanta alabanza, tanta mitificación y tanta cebada al rabo: quien trajo la democracia a España por encargo del Rey no fue un demócrata sino un franquista ávido de poder, como si aquel régimen contuviera en sus entrañas el germen de su propia disolución diferida, una especie de célula del Movimiento programada para malignizarse y acabar con la dictadura como el cáncer suicida mata al cuerpo que lo alimenta. Fueron las propias Cortes franquistas las que, con su famoso hara-kiri, el 18 de diciembre de 1976 y a propuesta de Suárez se inmolaron aprobando la Ley para la Reforma Política que liquidaba su propio régimen y abría al país las puertas de la democracia sin disparar un tiro. Ese fue el gran mérito de aquel «chuletón de Ávila poco hecho», despiadadamente atacado en su día por el búnker, por la oposición y hasta por los suyos, y exaltado como héroe nacional nada más morirse por un pueblo amnésico que al recuperar de repente la memoria se siente huérfano de liderazgo, o sea de gobernantes con un par.
(el-bisturi.com)