Ya habrán oído hablar del Pozo de los Chupetes. Se trata de un nuevo servicio puesto en marcha por el Ayuntamiento logroñés para que los niños menores de dos años se despidan del popular pseudopezón de goma arrojándolo a un contenedor monográfico con forma de brocal instalado en un parque de la ciudad. Las opiniones del personal al respecto se dividen entre la simpática iniciativa que ayudará a quitarles el «tete» a los peques y la solemne chorrada para padres blandengues que pagamos todos. No discutiré la oportunidad de la medida, pero me inquieta que el probable éxito de la ocurrencia dé paso a una serie de vertederos especializados que inviten a la gente de cualquier edad a liberarse simbólicamente de todo aquello que alguna vez utilizaron por necesidad u obligación. Pues, sin salir de la tierna infancia, al pozo de los chupetes podrían seguirle los del pañal, el biberón o el orinal. Los niños mayorcitos dispondrían de pozos para los manguitos o los dientes de leche, y los adolescentes de otros donde lanzar el libro de mates, la ortodoncia o el uniforme del colegio concertado.
¿Y por qué no extender esta prestación a la edad adulta? Las variaciones son infinitas: Pozos del Vicio, como el de los mecheros para los que se quiten de fumar, la botella para los que dejen de soplar o el canuto para los que abandonen el jachís. Los calvos aceptadores de su condición dispondrían del pozo del peluquín, los gordos dispuestos a adelgazar del pozo del pan mojado en salsa y los que se pasen a las lentillas el del adiós a las gafas. Los cabreados con los políticos depositarían las papeletas en el Pozo de la Abstención, los saldadores de hipoteca tirarían el último recibo –en un pozo cercano al de los chupetes, para compartir viaje con el nieto– y los matrimonios menopitopáusicos escenificarían su liberación echando de la manita el último tampón y el último preservativo al mismo pozo, por supuesto en compartimentos separados que faciliten su reciclaje.
A los recién jubilados les aguardaría un Pozo del Despertador común y luego todos los específicos que se quiera: de la fregona, el buzo, la azada, el destornillador, el fonendo, la corona… A los ancianos recién fallecidos los liberarían póstumamente sus familiares de boticas, muletas, audífonos, dentaduras postizas y sillas de ruedas en pozos al efecto. Y el Pozo de las Cenizas, en fin, sería una buena solución para los que no saben qué hacer con la urna cineraria.
Las posibilidades de la idea son un pozo sin fondo.
(el-bisturi.com)