Históricamente, los partidos de izquierda radical en España han sido totalitarios, revolucionarios, antiespañoles y republicanos. Y, en el fondo, antidemocráticos, porque sus métodos para tratar de cambiar lo que no les gusta no han sido las urnas sino la agitprop callejera, ni la legalidad sino la fuerza de los hechos. Así fue como en 1931 unas elecciones municipales derivaron en la proclamación ilegal de la República, sistema de gobierno que la izquierda española siempre ha considerado patrimonio suyo («la república será de izquierdas o no será»). En una monarquía parlamentaria, el relevo en la Jefatura del Estado debería ser tan normal como un cambio de gobierno tras un vuelco electoral. Pero algunos están aprovechando un proceso sucesorio legítimo para cuestionar el modelo de Estado y «exigir» un referéndum sobre la abolición de la monarquía e instauración de la república. Cuando, en una democracia, el modo de realizar un cambio semejante es primero justificarlo y después ganar unas elecciones para convocar un referéndum con el mayor consenso, además de aceptar que la mayoría de los votantes rechazase la república. Sin considerarse monárquico, y sí antiborbónico, servidor sería uno de ellos, y les diré por qué.
«Rey de España» es el puesto de trabajo más cualificado del país y Felipe Borbón Grecia lleva preparándose para ocuparlo desde que nació. Tras cuatro décadas de formación, seguramente no habrá en toda España un profesional tan cualificado para desempeñar el cargo que hoy asume, dedicado a un trabajo que conoce desde el uso de razón, sin necesidad de trepar o zancadillear rivales. Además, el rey de todos los españoles que reina pero no gobierna debe ser asépticamente apolítico y en absoluto sectario, así que, ¿se imaginan una República Española presidida por González, Aznar, Zetapé, Rajoy o, peor aún, por Lara o Iglesias? Con el cerebro en la mano, díganme si saben de alguien más idóneo para mantener nuestro país vertebrado y representarlo ante el mundo que don Felipe, y un Estado que nos haya proporcionado más concordia, estabilidad, prosperidad y prestigio que el Reino de España. A los ciudadanos que se echan a la calle enarbolando la bandera tricolor y a los políticos que los azuzan les pediría que no reclamen la República porque sí –o, peor, por un revanchismo trasnochado y equivocado–, sino que argumenten con rigor las razones y los posibles beneficios de ese cambio, y que me den el nombre de un solo candidato a la Presidencia de la III República que me convenza. Mientras tanto, me quedo con Felipe VI, a sabiendas de que con él España se juega el futuro a una sola carta: la de un rey atrapado entre una espada y la pared mientras otra pende sobre su corona.
(el-bisturi.com)