El pasado 18 de junio el destino quiso que los dos principales activos de la llamada «marca España», Juan Carlos I de Borbón el del Taller y la selección española de balompié, alias la Roja –en esta ocasión, de vergüenza-, se marcharan a casa tras abdicar sendas coronas, la de la monarquía parlamentaria y la del fútbol mundial. Sin duda, el relevo en la Jefatura del Estado era mucho más importante que el decepcionante fracaso de los chicos del tiqui-taca en Brasil, pero al día siguiente casi todos los medios de comunicación españoles dedicaron el titular principal o la foto de portada al fiasco de la selección y no al trascendental acontecimiento histórico. Era el primer día del reinado de Felipe VI, Rey de España por la gracia del BOE desde la medianoche anterior, pero el interés informativo se centró en el último de Iniesta, Casillas, Villa y compañía. Nunca sabremos si los medios informan de lo que interesa a la gente o si ésta habla de lo que publican los medios, pero en este caso la frustración nacional por la humillante derrota futbolística de un país que hizo de su Roja un emblema del orgullo nacional ha superado a la ilusión popular que suele despertar todo cambio de liderazgo al más alto nivel.
Hijos bastardos e hijas imputadas aparte, algunos aseguran que la abdicación del Rey a primeros de junio obedeció a un estrategia de aprovechamiento del previsible mismo ardor patriótico rojigualda encendido durante los pasados éxitos de «España», o sea de su selección nacional de futbolistas, para arropar la cesión del trono de don Juan Carlos a su hijo. Con la Roja arrasando, el despliegue de banderas constitucionales en coches, balcones, camisetas y caretos no sería propaganda institucional sino espontaneidad popular, y los millones de telespectadores nacionales y globales del estreno de la joven real pareja no distinguirían si las calles de la capital del reino forradas de rojo y gualda celebraban otra gesta de sus héroes balompédicos o la voluntad regenerativa de la corona. De haber triunfado de nuevo, el servicio prestado por la selección a la España oficial y a la monarquía en particular hubiera sido inmenso. Pero fracasó, y los acabados protagonistas de esta historia ven cruzarse sus destinos: la Roja al taller y el Rey al tiqui-taca. Que, no me sean malpensados, consiste al parecer en pases cortos y precisos en las transiciones, búsqueda constante del espacio y mantenimiento de la posesión.
(el-bisturi.com)