Ha caído en mis manos un libro escrito por una periodista titulado «Tu salud, nuestro negocio», insidiosamente ilustrado con tres fonendos formando el símbolo del dólar. Antes de abrirlo, he tratado de adivinar a qué negociantes con mi salud se referiría: ¿las multinacionales de la industria farmacéutica?, ¿los fabricantes de implantes, instrumental quirúrgico, material fungible o reactivos de laboratorio?, ¿los proveedores de mobiliario y equipamiento de hospitales y centros de salud?, ¿los grandes productores de aparatos de electromedicina y diagnóstico por la imagen? Porque son estas poderosas empresas las que obtienen ingentes beneficios a costa de la inabarcable patología humana. Lícitamente, además, pues «negocio» significa «ocupación, actividad o trabajo que se realiza para obtener un beneficio», o sea, un «bien que se hace a una persona o cosa», o una «cantidad de dinero que se gana». Pero, por la herencia aristotélico-católica que arrastramos, en este país palabras como inversión, negocio, lucro, beneficio, mercantil y comercio conllevan un sentido peyorativo como propias de actividades poco menos que inmorales o ilícitas. Todo lo contrario de la cultura anglosajona protestante, donde la actividad empresarial y mercantil está bien vista, y comparen cómo les ha ido a ellos y cómo a nosotros. Tratándose de la «salud», en este país se demoniza toda provisión de servicios sanitarios distintos del maná público siempre insuficiente y cuyos profesionales no son filántropos consagrados a la Humanidad doliente sino trabajadores a cambio del beneficio del salario en un sector terciario de esta medicalizada sociedad del hiperconsumo.

Resulta que el objetivo del libro es denunciar de modo tendencioso, sectario y demagógico la nefanda «privatización» sanitaria perpetrada por el PP, pues silencia que todos los demás partidos que han gobernado (PSOE, PNV, CiU, CC y hasta IU) han externalizado asistencia sanitaria en centros privados, sin cuya existencia y apoyo el sistema público estaría colapsado: ya realizan un tercio de la actividad quirúrgica en España. Especialmente, en una Andalucía gobernada siempre por el PSOE, donde el 47% de los hospitales son privados y cuya «Agencia Pública Empresarial Sanitaria» no para de abrir centros públicos gestionados con herramientas de la empresa privada. ¿Y qué? A estas alturas resulta trasnochado denunciar la colaboración pública-privada, siempre, claro, que no vulnere la legalidad, la ética o simplemente la decencia, como todo.

Antes incluso que la salud, lo primero para una periodista deberían ser el rigor, la objetividad y la imparcialidad. Espero que con ese «nuestro negocio» la autora y su editorial no estén refiriéndose a la venta de su libro; créanme que hay pocos negocios peores.