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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El virus playero

Visitar una zona de nuestro litoral mediterráneo especialmente arrasada por el desarrollo turístico permite comprobar que la crisis no ha conseguido reducir la alta prevalencia de una patología estacional que afecta a los veraneantes costeros, causada por un microorganismo neurotrópico al que podríamos denominar playavirus o virus de la playa.

Se trata de un trastorno psicomotor epidémico transitorio, caracterizado por la adopción de hábitos y la realización compulsiva de actividades exclusivas de un tiempo (la canícula estival) y un lugar (las playas urbanizadas) concretos, que afecta a ambos sexos y a cualquier edad, aunque con peculiaridades. En los niños infectados, el virus produce una imperiosa necesidad de cavar agujeros en la orilla del mar y amontonar la arena extraída, con las consecuencias que veremos más tarde. A partir de la adolescencia, el mal playero se manifiesta por una irrefrenable necesidad de jugar a tocar pelotas con unas pequeñas aunque ruidosas palas, que afecta sobre todo a jóvenes parejas y padres e hijos, lo que sugiere algún factor genético en la transmisión.

El playavirus posee tal apetencia por el sistema nervioso central que, incluso en jóvenes portadores de rudimentarios cerebros, más pequeños incluso que el del microbio, es capaz de localizar y excitar alguna de sus tres neuronas rectoras: la de beber, la de retozar y la de berrear de madrugada, generalmente en este orden.

El germen es responsable también de un síndrome ya descrito en esta columna, el de las tres etas: camiseta, chancleta y pantaloneta, responsable de persistentes fascitis plantares y de inenarrables espantos literalmente estéticos que alcanzan su apogeo cuando los afectados se desprenden de la primera.

En la mediana edad, el virus del estío ocasiona prolongados episodios de hamacosis o letargo de la tumbona, estado intermedio entre el sueño y la vigilia considerado por los expertos un mecanismo de defensa necesario para soportar medio día atrapado en el horror de una playa infestada, sin exponerse a pisar ubres y panzas desparramadas al sol ardiente, a intoxicarse por efluvios de sobaquina mezclada con protector o a recibir un pelotazo en el ojo. En la tercera edad, en fin, la enfermedad de la playa petada impulsa a recorrerla caminando sin cesar de un extremo al otro por el único sitio libre de hacinamiento, la orilla mojada, con el consiguiente riesgo de torzón de tobillo en alguno de los agujeros excavados por los más pequeños.

La epidemia playera se resuelve al final del verano y el riesgo de recaída al año es elevado. De momento no hay vacuna.

(el-bisturi.com)

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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