La tremenda salvajada del derribo de un Boeing 777 con trescientas personas a bordo por un misil tierra-aire golpea nuestras conciencias porque en este mundo curado de espantos sigue repugnándonos especialmente un ataque militar a civiles indefensos, pero el horror aumenta cuando las víctimas podríamos haber sido nosotros o alguno de los nuestros. Porque, aunque estemos insensibilizados por la costumbre, todos los días perecen inocentes en las abominables guerras que no dejan de asolar el planeta: Afganistán, Irak, Siria, Sudán, Ucrania, Gaza; pero, mientras que nunca nos alcanzará su fuego cruzado, la tragedia del avión malasio repleto de turistas demuestra que ni en la estratosfera estaremos a salvo si nos ponemos a tiro.
Ante infamias tan sobrecogedoras siempre nos hacemos la misma pregunta: ¿cómo es posible que algo así pueda suceder? La respuesta es tan sencilla como irrebatible: porque existen misiles y descerebrados dispuestos a lanzarlos. La misma razón por la que perecen ancianos, hombres, mujeres y niños en bombardeos y ametrallamientos indiscriminados: porque hay armas y milicias. La misma por la que se perpetran espeluznantes matanzas civiles por perturbados poseedores de armas ligeras. El extremista que mató a 77 jóvenes en la isla noruega de Utoya, el estudiante de la Universidad Virginia Tech que se cargó a 32 o el adolescente que asesinó a veinte niños, seis adultos y a su propia madre en Connecticut lo hicieron por idéntica y simple explicación: porque estaban legalmente armados hasta los dientes (en USA, donde poseer armas es un derecho constitucional, hay más rifles o revólveres que personas).
En el mundo hay 650 millones de armas de fuego y los gastos militares anuales ascienden a 1,5 billones de dólares. España participa de este siniestro comercio global con 4.000 millones de facturación, que nos elevan al 12º puesto en un ranking mundial de exportadores, encabezado por EEUU, Reino Unido, Rusia, Francia, Alemania e Italia, que venden a regímenes despóticos y señores de la guerra los medios para matar y matarse como cochinos. Pero la industria armamentística es un escándalo planetario que solo indigna a los países productores cuando algunos de los suyos perecen por error a manos de algún comprador.
Fabricar malditas armas debería considerarse un crimen de lesa humanidad y «si quieres la paz prepara la guerra» es un cínico pretexto insostenible, pues si no existieran armamentos no habría ataques ni serían necesarias defensas. Mientras los países productores sigamos considerando problemones nacionales chorradas como el «desafío soberanista», no nos quejemos si a algún cliente se les escapa un misil de las manos que nos reviente las vacaciones. Gajes del negocio.
(el-bisturi.com)