En la política nacional, 2014 está siendo un año de jubilaciones ilustres y estrenos de caras nuevas. Entre las primeras destacan las del Rey Juan Carlos y Alfredo Pérez Rubalcaba y entre los segundos las de Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. Del ya ex secretario general del PSOE sólo diré que nunca pensé que algún día lo echaría de menos. Su muerte política tiene algo de trágica grandeza y recuerda al vetusto Moisés expirando a las puertas de la izquierda prometida tras guiar a su pueblo por el desierto de la oposición. Un pueblo ingrato y voluble que abandona al líder amortizado para adorar a su nuevo ídolo, fascinado por el brillo de su oropel. Y del personaje sarcásticamente homónimo del fundador del Partido Socialista tampoco me ocuparé hoy porque la sorprendente irrupción de su movida en el panorama político merece una columna entera, por lo menos.

Volviendo al becerro de oro de la metáfora bíblica, toca recordar que quienes se empeñan en ignorar sus errores históricos están abocados a repetirlos. Aunque en el 35º Congreso del PSOE (año 2000) José Luis Rodríguez Zapatero solo obtuvo el apoyo de 415 delegados frente a los 65.000 votos de afiliados que ha cosechado Pedro Sánchez, la elección del nuevo jefe socialista estremece porque recuerda a la del ínclito ZP, un idealista no preparado para asumir la presidencia del gobierno e incompetente cuando la consiguió de chiripa, de cuya nefasta gestión arrastraremos las consecuencias muchos años. Este chico encaja alarmantemente en el mismo perfil de joven ambicioso surgido de la nada, de buena planta y con discurso vacío e inexperiencia en la gestión política y económica. De hecho, la elección de su equipo surgido del último congreso apunta hacia una reedición de la mediocracia zapaterista.

Dadas las grandes posibilidades de que el nuevo secretario general sea el candidato a la presidencia del Gobierno de su partido en las próximas elecciones, rogaría encarecidamente a los miembros de ese gran partido nacional que es el PSOE que no cometieran el mismo error para desgracia de España, aunque las siglas de su marca, SP, resulten propagandísticamente atractivas, pues son también las de Servicio Público (aunque los taxis también las exhiben, pero pagando). Aún estamos a tiempo de que entre sus filas salga alguien que sepa y dé la talla para gobernar algún día España, aunque su imagen no sea de anuncio de blanqueador dentífrico o de afeitado perfecto, pues lo importante es el sonido Y, por el momento, el amenazante discurso de SP («lo hemos hecho dos veces y lo vamos a volver a hacer una tercera») no es que suene mal. Considerando que lo que hicieron y rehicieron fue arruinar al país, más bien acojona.

(el-bisturi.com)