M.L.A. es una exitosa mujer de negocios. Bilicenciada en Derecho y Económicas con el número uno de su promoción, trabajó veinte años en varios bufetes y consultorías donde fue reconocida como currante, competente y tenaz, hasta que se hartó de las zancadillas del llamado «trabajo en equipo» y se puso por su cuenta. Cumplidos los cuarenta y cinco, trabaja tanto (hasta 60 horas algunas semanas) que no ha tenido tiempo de comprar piso, sacarse el carné de conducir, procrear o ponerse enferma. De los 135.000 euros que ganó el año pasado, 63.450 fueron para la Agencia Tributaria, con que sus ingresos netos son de casi 6.000 euros mensuales, de los que salen los 1.500 que cuesta la residencia de su madre, enferma de alzhéimer, los 700 de su cotización como autónoma a la Seguridad Social, los 750 de su póliza de seguro privado y los 500 de su plan de pensiones.

J.G.B. es un pensionista no contributivo por invalidez permanente. Pésimo estudiante y recalcitrante repetidor, comenzó a trabajar a los dieciséis en la construcción, donde colocando baldosas llegó a ganar el triple –mayormente en B– que un licenciado, lo que le permitía cambiar cada dos años de coche de alta gama, su segunda pasión después de las chorbas. A los cuarenta y seis años, la onda expansiva del estallido de la burbuja inmobiliaria le afectó a las lumbares con tal intensidad que se las operaron tres veces hasta acabar desahuciado por los médicos, declarado discapacitado al 75%, jubilado por el Estado con una pensión de 548 euros sin haber cotizado lo suficiente y arruinado por falta de previsión durante las vacas gordas. Enfermo de hepatitis C por un tatuaje, pronto recibirá un novedoso tratamiento que cuesta 30.000 euros.

«Un reciente informe sobre las llamadas balanzas fiscales –diferencia entre lo que se aporta al Estado y lo que de él se recibe– revela que Madrid, con -16.723 millones, es la que más sale perdiendo, seguida de Cataluña, Baleares y Valencia, y Andalucía, con +7.421, la que más gana de las demás. La publicación de estos datos ha desatado una tormenta de agravios comparativos entre las comunidades autónomas».

J.G.B., que vegeta en Badalona, ve la noticia desde la barra y entre trago y trago exclama que ya vale de mantener a esos vagos de andaluces. Cuando M.L.A, que trabaja en Jaén, la escucha en la radio del coche, murmura indignada por qué no publican la balanza fiscal individual de cada español.

Medios no sé si habría. Huevos («voluntad política», perdón), seguro que no.

(el-bisturi.com)