Los términos más utilizados sobre lo que está sucediendo en Cataluña son, además de esa cursilada del «desafío soberanista», ilegal, gravísimo, anticonstitucional, irresponsable, deslealtad, traición, sedición…. Seguro que es todo eso y más, pero al margen de consideraciones políticas o legales, parece una pesadilla surrealista aunque, por desgracia, no se trata de una película de política-ficción o un mal sueño tras un atracón de butifarra; todo es absurdamente real. En democracia todas las aspiraciones ciudadanas son respetables, por peregrinas que parezcan, incluso la de convertir en Estado independiente Cataluña, Murcia o el Camero Viejo, si no vulneran la ley. Dará igual que lo reclamen multitudes en la calle. Si es ilegal, no es posible. Son las reglas del juego que sustentan a toda sociedad civilizada.
Lo inaudito es que sea la máxima autoridad del Estado español en una de sus regiones autónomas quien lidere un proceso separatista ilegal financiado con dinero público, intoxicando la calle con la propaganda de un concepto equivocado de la democracia. El caso es que, tras meses de amago, este sinvergüenza desleal de Mas y sus compinches han acabado golpeando, y solo entonces un Gobierno a la defensiva ha reaccionado, tarde, moviendo ficha en lugar de dar a tiempo un puñetazo sobre el tablero donde se juega una partida que nunca debió comenzar.
Consumado este mal, el siguiente en el horizonte es la reforma de una Constitución que ahora todos quieren cambiar. A peor, sin duda, no para corregir sus errores sino para seguir huyendo hacia adelante en el proceso desintegrador de España. El nuevo mantra de algunos discursos se llama federalismo, pero si creen que eso contentará a los independentistas se equivocan, como ocurrió con el café autonómico para todos. Yo también reformaría la Constitución, pero quitándole el polvo originario de este lodazal: el Título VIII. Pues lo que está pasando en Cataluña, inimaginable hace pocos años y que puede extenderse a otras «nacionalidades históricas», es la explosión de una bomba de relojería puesta en marcha en 1978. Ya es hora de que los españoles que no deseamos la desaparición de la España que heredamos, conocemos y amamos dejemos de ir a rebufo de quienes lo pretenden. Respondamos al desafío tomando la iniciativa, ejerzamos nuestro derecho a decidir en un referéndum sobre la abolición de todos los estatutos de autonomía, antes de que sea demasiado tarde. Mientras tanto, nada de que les den la independencia de una vez y nos dejen en paz. Los catalanes que no soporten ser españoles o vivir en España, que cojan la puerta. Pero Cataluña se queda, porque es tan suya como nuestra y somos muchos más los que no queremos perderla.