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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Un país roto

Aunque utilicemos la palabra de moda para definir acciones de pudrir, viciar, pervertir o sobornar, la raíz etimológica del término latino «corrumpere» significa «romper, despedazar». Últimamente, todos los noticiarios abren con un nuevo caso de «corrupción», o sea de apropiación indebida, estafa, fraude fiscal  o blanqueo de dinero por un personaje público, creando la especie de que la corrupción es una lacra estructural del tinglado político-financiero-futbolístico-tonadillero-sindicalista conocido como «sistema». Vamos, de que «todos son unos chorizos».

Sin embargo, la corrupción es un «acto destructivo que vulnera el interés general en beneficio del interés particular, realizado en un puesto público o privado» (Lasswell). Y a esto último voy: a la corrupción doméstica o particular. A las pequeñas corruptelas cotidianas que multitud de personas anónimas cometemos en la más estricta intimidad autojustificándonos porque «da igual», «a quién perjudico» o «no es nada comparado con lo que roban ellos», cuando son microfisuras en la integridad moral individual, célula invisible del cuerpo social que acaba resquebrajándose en grandes grietas, pocas en comparación pero mucho más llamativas.

Me refiero a cosas como el cobro/pago de facturas falsas en B o sin IVA, la ocultación de ingresos o la alegación de gastos indebidos (la economía sumergida en España se calcula en 253.000 millones, el 25% del PIB). A declarar precios de venta falsos para evitar pago de impuestos y plusvalías. A emplear trabajadores sin alta ni seguridad social. A engañar a las compañías de seguros en siniestros de hogar y automóvil (el sector afirma que el ¡50%! de los partes son fraudulentos). A la piratería de contenidos culturales (el 84% adquiridos ilegalmente en 2013, con más de 16.000 millones de pérdidas), auténtico robo a los propietarios intelectuales. A incumplir obligaciones laborales, aceptar favores de proveedores o llevarse cosas a casa. A cogerse bajas o prolongarlas sin motivo y a trabajar estando jubilado, de baja o cobrando el paro. A sacar recetas gratis con la cartilla de la abuela, empadronarse en falso o mangar en tiendas y centros comerciales (se estima que los 130.000 hurtos denunciados en 2013 solo son el 18% de los cometidos). Costumbres tan arraigadas en nuestra cultura de la deshonestidad son ingredientes del caldo de cultivo inmoral donde crecen los peores bichos depredadores.

Así que España no está podrida sino rota y, en tiempo de crisis, cuando un buen aparato casca, se intenta arreglarlo; no se tira para comprar uno nuevo, y menos de una marca desconocida que nadie ha visto funcionar. El problema será encontrar los mecánicos competentes y tantísimas piezas de repuesto.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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