La medicalización es una sociopatía que afecta a los pocos países del planeta que nos la podemos pagar. Consiste en convertir aspectos vitales o problemas cotidianos de la gente en enfermedades inventadas o «no enfermedades». Una intromisión de la medicina en la vida de las personas, jalonada de dificultades, reveses, frustraciones, disgustos, achaques, cambios físicos, psíquicos y fisiológicos, disfunciones, enfermedades y un deterioro progresivo de sus facultades que sólo se detiene con la muerte. El resultado es un sistema sanitario que dilapida billones en diagnosticar y tratar de lo que sea a individuos sanos obsesionados con la imposible salud perfecta, porque está demostrado que cuanto mayor es la oferta de salud, más gente se considera enferma. Todo ello, con la inestimable ayuda de los gigantes de la industria farmacéutica, las sociedades médicas y las administraciones sanitarias, empeñados en que no haya personas sanas sino preenfermas poco estudiadas a base de chequeos, cribados masivos y detecciones de factores de riesgo como «la tensión y el colesterol», convertidos en pandemias objeto de medicación vitalicia.
Las fases del ciclo reproductivo de la mujer (menstruación, gestación y menopausia), la tensión emocional, el cansancio, la excentricidad, el berrinche, la timidez, la calvicie, el duelo, la inapetencia sexual, el aburrimiento, la vitalidad infantil, el envejecimiento óseo, la tristeza, el insomnio, el temor, la barriga, el chocheo o el nerviosismo han dejado de ser condiciones inherentes al ser humano para convertirse en síndrome premenstrual, embarazo de riesgo, síndrome menopáusico, estrés, fatiga crónica, personalidad antisocial, ataque de angustia, fobia o inhibición social, alopecia, trastorno de adaptación, fobia social, disfunción sexual, síndrome de hiperactividad, osteoporosis, depresión, trastorno del sueño, angustia, sobrepeso, disfunción cognitiva y la tan de moda «crisis de ansiedad», antes ataque de nervios.
A propósito de esta última, un tribunal riojano acaba de sentar precedente tanto en jurisprudencia como en psicopatología reconociendo una pelotera entre un alcalde y su secretario como accidente laboral causante de una baja de tres meses, bastante más que muchas lesiones y enfermedades de verdad. Ahora hay que buscarle un nombre y una buena sigla (¿Síndrome de Ansiedad Trimestral por Alcaldada de Pueblo, SATRAP?), definir su etiofisiopatogenia, colarlo en alguna publicación paracientífica, incluirlo en el DSM (catálogo de trastornos mentales), aplicarle un psicofármaco y empezar a diagnosticar, tratar y reconocer la nueva pseudoenfermedad como incapacitante temporal y hasta permanente.