Si les pregunto quién fue Joaquín Fernández puede que no les suene de nada. Si les doy la pista de haber sido uno de los políticos españoles más relevantes del siglo XIX, quizá no caigan en la cuenta. Y si les desvelo que, aunque adoptivo, se trata del riojano más importante de la historia, pensarán que desvarío. Pues me estoy refiriendo a nuestro insigne Duque de la Victoria y Príncipe de Vergara, Joaquín Baldomero Fernández Espartero, conocido como general Baldomero Espartero (él mismo firmaba así, omitiendo su primer nombre y el apellido paterno).
El patronímico castellano acabado en «-ez» se instauró en el medievo añadiendo este sufijo al nombre del padre para formar el apellido del hijo: Fernández era el hijo de Fernando, Sánchez de Sancho, Martínez de Martín, etc. Aunque de origen incierto, este «fósil lingüístico» podría ser un sufijo prerromano, posiblemente prestado del vascuence (en el que todavía existe, con valor posesivo o modal) a través de la influencia navarra. Tendría gracia que algo tan español como apellidarse Gómez, López o González proviniera de esta lengua en la que, para más ironía, «ez» significa «no». El caso es que, cuando el primer apellido de un personaje público es uno de estos acabados en zeta, suele sacrificarse en favor del segundo cuando es menos corriente, siempre que tampoco acabe en «ez». Analizar los apellidos de nuestros presidentes del gobierno y jefes de la oposición, por ejemplo, revela curiosidades como que Adolfo conservó el apellido Suárez gracias a su segundo, González, que fue el primero de su sucesor, quien a su vez lo retuvo porque era Márquez de segundo; que, sin duda, José María hubiera sido Aznar aunque este fuera su segundo apellido, en perjuicio de López; que Zapatero y Rubalcaba perdieron el Rodríguez y el Pérez, respectivamente, y que gracias a éste ultimo, aunque compuesto (Pérez-Castejón) Pedro mantiene su Sánchez. Para más curiosidad, ninguno de los presidentes del pepé (Aznar y Rajoy) ostentan la españolidad en su primer apellido, a diferencia de los del pesoe y sus aspirantes (González, Rodríguez, Pérez, Sánchez), mientras que ambos profetas del antiguo y el nuevo testamento de la izquierda, qué cosas, se apellidan Iglesias.
Finalizo esta frívola reflexión sobre el sufijo patronímico «-ez» señalando la sorprendente circunstancia de que, significando «hijo de», no tengamos conocimiento de un solo español apellidado Sumádrez, Pérrez o, sin eufemismos, Pútez mismamente. Con los que hay.
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