La democracia era esto
Quienes contribuimos al desmantelamiento pacífico del régimen franquista, votando «sí» en el referendo para la Reforma Política del 15 de diciembre de 1976, vivimos aquel trascendente momento histórico imbuidos de ilusión por un futuro mejor, inmersos en un emocionante clima de fervor democrático. «Democracia» era palabra mágica que se oponía a dictadura como blanco a negro, bien a mal, alegría a pesar, esperanza a pesimismo, enfermedad a salud y, sobre todo, libertad («sin ira», qué bonito) a represión. No sabíamos bien lo que era pero vislumbrábamos la democracia como una panacea universal contra los males colectivos e individuales de los españoles que acarrearía procuraría la felicidad nacional.
Cuatro decenios después, el sistema de gobierno que funciona en España no es precisamente la democracia sino una partitocracia. La «soberanía nacional» es una filfa manoseada y quienes gobiernan no son los ciudadanos sino partidos políticos jerarquizados piramidalmente que funcionan como empresas endogámicas, turbiamente financiadas y sin democracia siquiera interna, que imponen sus representantes a los ciudadanos anteponiendo el acopio de poder y la supervivencia del clan de intocables aforados a los intereses de los gobernados. El poder se ejerce con prepotencia y la oposición desde la desconfianza, la guerra sucia destructiva, la deslealtad y la descalificación sistemática, impulsadas por el supremo afán del quítate que me pongo (y de paso coloco a los míos). De la España «una, grande, libre» hemos pasado a diecisiete, pequeñas y tan por libre que algunos presidentillos utilizan las instituciones autónomas no sólo a favor de sus intereses sino contra el Estado del que forman parte y los ha nombrado.
Si aquel histórico 15-D hubiera sabido que el futuro estado de mi nación consistiría en los líderes políticos riñendo como cochinos en un hemiciclo presidido por una señora videojugando mientras un arribista ávido de poder pero sin representación en un parlamento sustituido de hecho por el twitter se autoproclama verdadera oposición, cuando en una taifa putrefacta gobierna el partido que perdió las elecciones bajo el mando de una señora nombrada a dedo por un imputado en el mayor caso de corrupción, y cuando un nada honorable traidor pretende proclamar la independencia de otra manipulando unos comicios regionales, me hubiera ahorrado aquel viaje iniciático a la democracia desde el páramo burgalés, donde encontré mi primer trabajo, hasta la protourna instalada en la Gota de Leche de mi pueblo. Con lo malo que estaba el día, además.