En un capítulo de su ambicioso libro «La cultura. Todo lo que hay que saber», dedicado a las invasiones germánicas del sur de Europa, Dietrich Schwanitz asegura que visigodos y alanos dieron su nombre a la «provincia de Cataluña» (sic), Got-Alanien, mientras que el sur de la península se lo repartieron los «sin tierra» o landlose, término que arabizado se convertiría en (a-)landalus = Andalucía. Sorprendido –y divertido a la vez– por estas curiosas teorías etimológicas sobre el nombre de dos «nacionalidades históricas» posiblemente bautizadas por los mismos bárbaros hace dieciséis siglos, me he interesado por el de la mayor autonomía española, y lo que encuentro me sorprende y divierte más todavía.
Resulta que, además del mencionado landlose, la teoría germánica atribuye el nombre «Andalucía» a Landahlauts, de land = tierra y hlaut = herencia (origen de lote y lotería), o a vandalenhaus («casas de los vándalos»), que derivaría en vandalaus, andalaus, andalus. Los vándalos atravesaron el estrecho y se instalaron en el norte de África, donde opusieron resistencia al avance musulmán que acabaría apoderándose no solo de los actuales países árabes ribereños del mare nostrum sino de la Península Ibérica. Cuando los bereberes norteafricanos llegaron a ésta, se encontraron un país llamado ya Andalus, a cuyos habitantes denominaron ad-vandalos. Con respecto a Al-Andalus, «al» es el equivalente a nuestro artículo determinado «el/la» con que comienzan numerosos topónimos de origen árabe, como los riojanísimos Albelda, Alhama, Alberite, Alcanadre, Alfaro o Almarza. Otra teoría asegura que Andalucía proviene de Atlantis, pero la más chocante es la euskérica: «landa-luziak», de landa = campa o terreno cultivado y luziak = larga o extensa.
Los castellanos que conquistaron el valle del Guadalquivir en el siglo XII llamaron «Andalucía» sólo a los nuevos territorios incorporados a la corona, mientras las actuales provincias orientales eran «reino de Granada»; todavía en el siglo XX, los segadores granadinos que se dirigían a la campiña de Córdoba por el valle del Genil decían que iban a segar «a la Andalucía».
Cuanto más se amplía la retrospectiva histórica más ridículos resultan los «hechos diferenciales» de algunas regiones españolas que no son más que sedimentos tan inherentes a la añeja Hispania como las heces de vino a un gran reserva centenario. Además, ante ciertas amenazadoras reivindicaciones exteriores, alivia saber que llegaron antes los godos que los moros. Es de suponer que, llegado el caso, hasta el gotalán Oriol Junqueras vería con mejores ojos ser súbdito de un Estado pangermano que del Islámico.