El hombre vivió en armonía con la Naturaleza –entendiendo por tal no solo los constituyentes geográficos de la Tierra sino el «orden natural de las cosas»– hasta que su inteligencia le permitió agredirla en su beneficio. La relación entre el ser humano y su entorno vital ya no es de integración sino la de un sujeto dominador, modificador y degradante de un objeto.
La lista de hechos antinaturales que comete el homo sapiens es infinita y empeora con su nivel de «civilización». Algunos son tan cotidianos como trasnochar o interrumpir el sueño, comer sin hambre, beber sin sed, correr sin prisa, aspirar humo o ingerir tóxicos. Ejemplos de actividades contra la naturaleza medioambiental son destruir bosques, extinguir especies animales o vegetales y contaminar la tierra, el agua o el aire. Contra el orden natural, prácticas como el aborto, la sodomía, el lifting, la prostitución, el suicidio o la gestación subrogada. Pero no todos los actos contra natura son tremendos o dramáticos. Otros parecen tan inocentes y anodinos que ni advertimos sus consecuencias negativas e incluso se consideran un progreso para la humanidad. Ejemplo: la taza del váter donde nos sentamos para defecar.
Los primates y los niños pequeños de todas las civilizaciones hacen de vientre en cuclillas, y así fue en occidente hasta que en el siglo XIX el retrete comenzó a sustituir a la letrina y a la más avanzada «placa turca» o evacuatorio con dos apoyapiés y un sumidero situado estratégicamente para evacuar agachado, que es la postura más fisiológica para obrar y también para parir. Pero la llegada del agua corriente a las viviendas occidentales propició la instalación del váter con asiento, algo reservado hasta entonces a la realeza: el poderoso Luis XIV carecía de privacidad hasta el punto de explicarse en las audiencias púbicas sentando sus reales en un lujoso sitial perforado. La taza o inodoro pedestal democratizó la deyección permitiendo sentarse en el trono a cualquier plebeyo en aprietos, pero al precio de crear un problema de salud pública. Pues obrar sentado requiere mayor esfuerzo y encima para una deposición incompleta, lo que puede producir enfermedades como estreñimiento, hemorroides, diverticulitis, intestino irritable, prolapso vaginal, hernia de hiato, disfunción sexual y hasta cáncer de colon. Está demostrada estadísticamente la rareza de estas enfermedades en grupos humanos que aún mueven el vientre acuclillados en vez de sentados: un estudio realizado en Sudáfrica reveló una clara diferencia entre la población blanca acomodada (literalmente, en este caso) y la negra carente de sanitarios, y sin aparente influencia de la dieta. (Continuará).