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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Terror puro

Pasado el brutal impacto del suceso, la tragedia del Airbus estrellado en los Alpes me suscita dos reflexiones. La primera es la enorme repercusión de todo accidente de avión en la opinión pública y sobre todo en los medios de comunicación. Un siniestro aeronáutico con muertos significa que prensa, radio y televisión casi no hablarán de otra cosa durante muchos días. El filón mediático aprovecha la inolvidable impresión que las catástrofes de transporte de viajeros ejercen en la memoria colectiva aún después de un siglo, lo mismo a nivel planetario (hundimiento del Titanic) que mismamente riojano (descarrilamiento de Torremontalbo).

Pero, mientras que en 2013 hubo en todo el mundo 265 muertos en 29 accidentes de avión, 3.500 personas perecen diariamente por accidentes de tráfico, ¡un millón y cuarto cada año! En la Unión Europea, 52 personas por millón de habitantes, 26.364 al año (en España «sólo» 36, 1.600 anuales, muy buena cifra comparada con los nueve mil de hace 25 años). Sin embargo, unas decenas de muertos provocan formidables despliegues mediáticos, cumbres de jefes de gobierno, gabinetes de crisis, minutos de silencio, monolitos conmemorativos y lutos nacionales, porque la espectacular caída de un avión conmociona más que mil vulgares colisiones y atropellos a ras de tierra.

La segunda meditación surge del espanto añadido por la intención del piloto de estampar su avión repleto de pasajeros. Después de esto, la palabra «seguridad» aplicada al viaje en avión carece de sentido cuando el peligro reside en la mismísima cabina de mando. Ahora todo el mundo se pregunta horrorizado puede hacerse algo así. Pues miren, como hay padres que matan a sus hijos o estos a sus padres, adolescentes a sus compañeros de clase, secuestradores a sus rehenes o sanitarios a sus pacientes. Ante semejantes atrocidades la sociedad se conmociona, sí, pero enseguida busca explicaciones y exige responsabilidades porque siempre tiene que haber un culpable: la familia, la empresa, los compañeros, el gobierno, la crisis, los médicos. Empeño inútil, porque cada mente humana es un misterio capaz de lo peor en el momento menos pensado. Por simple cálculo de probabilidades, el siniestro verdugo que degüella ante la cámara debe atemorizarnos menos que ese convecino tan educado y discreto que nunca se mete con nadie pero un día se le cruza el cable y nos acuchilla o ametralla en la cola del pan. El potencial maligno de la «persona de aspecto normal», ese es el peor y más puro de los terrorismos. Si ya no podemos fiarnos ni del piloto del avión, apaguemos y vayámonos. O mejor, quedémonos. Estas cosas pasan siempre por salir de casa.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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