Aunque oficialmente se celebrará pasado mañana, un servidor ya vivió hace días su particular jornada de reflexión preelectoral, inspirada por un incidente en el tráfico rodado que paso a relatarles.
Caía la tarde cuando me aventuré a conducir por la ciudad de las mil y una rotondas y en mitad de la del cruce de la Estrella un volquete irrumpió por mi derecha, no ya sin respetar el ceda el paso sino sin mirar siquiera, obligándome a pegar un frenazo para no tragármelo. Lo menos que merecía era un toque de claxon como protesta, pero entonces el camión se paró en seco en plena rotonda y entreabriendo la portezuela se medio descolgó un homínido alopécico de mediana edad vociferando una sarta de groserías rematadas con una rotunda blasfemia. Fue increíble porque semejante reacción ya resultaba exagerada e incorrecta aunque fuera el energúmeno quien tuviese razón, y su obscena exhibición de agresividad verbal, además de grosera, era injusta. Pero en estos casos lo más prudente es permanecer quietecito sin responder a la provocación porque si se te ocurre ponerte a su nivel el tipejo puede acabar saltando de la cabina para cascarte, encima. Así que miré para otro lado hasta que el animal se encerró en su cubil de un portazo y se lanzó por la circunvalación a velocidad del multazo que ojalá le cayera.
Mi reflexión, políticamente más que incorrecta, es que aquel individuo no sólo tiene derecho a votar el domingo sino que su voto tiene el mismo valor que el de, pongamos en este caso, un conductor civilizado exquisitamente respetuoso con las normas de circulación y con las personas. Y, por extensión, que vale lo mismo el voto del cívico que el del maleducado, el del honrado que el del sinvergüenza, el del sabio que el del necio, el del inteligente que el del zoquete, el del leído que el del analfabeto funcional, el del legal que el del delincuente, el de la buena persona que el del malvado, el del trabajador contribuyente que el del vago subvencionado… y añadan todos los contrarios que se les ocurra.
Siempre se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno y que es imperfecto, pero nadie hace nada por mejorarlo. En la restrictiva democracia ateniense sólo votaban los varones adultos libres con la mili hecha y sin deudas con la ciudad. El sufragio universal llevó el sistema al extremo opuesto del voto indiscriminado. La democracia del futuro quizá debiera basarse en el voto ponderado con criterios de calidad ciudadana establecidos conforme a un baremo que impida, por ejemplo, que el del póngido camioneromorfo que motivó mi reflexión valga lo mismo que el mío. Y esto en cuanto a los electores. De candidatos mejor no reflexionamos.