La Guerra de Sucesión Española se desencadenó por la muerte de Carlos II sin heredero y fue inicialmente un conflicto internacional de las principales potencias europeas pero tras la paz de Utrecht derivó en guerra civil, que es la que más nos mola a los españoles porque nos permite matarnos como cochinos. En aquella ocasión enfrentó a la vieja Corona de Aragón (que incluía a Cataluña y Baleares), que era partidaria del pretendiente austríaco archiduque Carlos, proclive a respetar instituciones y derechos históricos de los territorios, con Castilla, partidaria de nuestro primer borbón, Felipe V, centralista congénito. Ganó la facción borbónica y a la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 seguiría la abolición de la autonomía del Principado. Así que la Diada o fiesta nacional catalana conmemora una derrota, pero no la de Cataluña contra España, como predican los embusteros nacionalistas, sino la de súbditos españoles partidarios de un rey austríaco contra los de un francés.
Esta negativa efeméride suele ser motivo de burla españolista hacia los catalufos independentistas, pero algo parecido pudo suceder en la ciudad de Logroño otro 11, el de junio de 1521, cuando rechazó el intento de invasión de un ejército navarro-francés. La gesta se conmemora como día grande de la capital riojana, pero antes de asistir a la representación de la heroica resistencia antifrancesa les invito a reflexionar sobre si aquella victoria no sería a largo plazo adversa para los logroñeses.
Porque, si los franceses hubiesen conquistado la ciudad para siempre, Logrogno podría ser hoy la capital de un departamento (¿Pyrénées Ibériques?, ¿Haut Ébre?) de la República Francesa con una tasa de paro del 10% frente al 22,7%, un PIB per capita de 32.400 frente a 22.780 (gracias a una economía sumergida del 10,8% frente al 24,7%) y un fracaso escolar del 9,7% frente a nuestro 23%; el salario medio de los logrognais sería de 37.427 euros anuales (26.162 ahora) y el mínimo doblaría al actual (1.458 euros mensuales frente a 757). Sin duda se viviría mejor, pero no todo son datos macroeconómicos. Ser franceses significaría pertenecer a uno de los países más serios, poderosos, considerados y respetados del mundo, a una nación con tanta o más diversidad regional que España sin que sus diferencias culturales deriven en tensiones secesionistas favorecidas por la propia organización territorial de un Estado demencial. Un país, en fin, donde el Jefe de Estado abandona el palco del estadio que pita al himno nacional antes de disputarse el trofeo que lleva su nombre.
Vale, sólo era una especulación. Disculpen la boutade y hala, a disfrutar del día en el Revellín. Leña al gabacho, sí señor. Para que aprendan.