Nuestros jueces están demostrando que, pese a la desesperante lentitud de la justicia española, va a ser cierto que todos somos iguales ante la Ley. Pero no, desde luego, ante el pueblo «globero y cabrón», como lo llamaba un viejo colega. Un ejemplo: la gente no acepta que una hermana del Rey ignorase los chanchullos de su marido, al que quiere tanto y en el que tanto confía que firmaba sin leer lo que le pusiera delante. Pero si el presunto corrupto es un ídolo del balompié, por ejemplo, la cosa cambia y se comprende que Neymar no estuviese al tanto de su situación financiera, tan ocupado como está el pobre chico en darle patadas a un balón.
Otro caso: el de ese tipo, tan impresentable en lo físico como en lo psíquico, que duró un domingo como concejal de Cultura del nuevo gobierno municipal de Madrid, cuya portavoz es una tía que irrumpió destetada en una capilla católica al grito de «el Papa no nos deja comernos las almejas» o, lo que es mucho peor, «arderéis como en el 36». Si los vomitivos tuits que este señor vertió hace unos años (da igual, esas barbaridades no prescriben) los hubiera escrito un señor del PP, pongo por caso, la misma chusma que trataría de lincharlo incluso físicamente ha apoyado la «descontextualización» con la que trató de justificar sus deposiciones verbales un individuo que posiblemente no sea antisemita ni antivícitimas del terrorismo sino memo a secas.
Creo que la alcaldesa que sueña con ver a San Isidro de reinona en una carroza hizo mal en medio echar a este tipo de jeta y verbo talibán, porque la cultura no consiste en admirar lienzos, leer clásicos o escuchar sinfonías. «Cultura» es el conjunto de ideas, tradiciones y costumbres de una sociedad o una época, así que visitar exposiciones, devorar ensayos o frecuentar el teatro son actividades culturales refinadas pero en este país, donde el 43% de los adultos poseen un nivel educativo bajo, tan cultural es emborracharse, defraudar al fisco, vocear, saltarse los semáforos o procurar no hincarla. El último uso incorporado por nuestra mediocre sociedad a su acervo cultural es el microblogging, que permite a cualquiera soltar burradas de amplia repercusión inmediata en redes sociales y foros de opinión. Y en 140 caracteres cabe mucha estupidez, mucho odio y mucha torpeza, como demostró en su día este literalmente efímero edil amante del chiste cruel, ofensivo, chabacano y sin gracia salvo para mentes enfermas. Le auguro un gran porvenir como ministro de Cultura si España acabara suicidándose del todo en las próximas generales.
Del relaxing cup of café con leche de Botella a la almeja de la responsable de Relaciones con el Pleno de Carmena: el Cambio ha llegado.