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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Orgullo

Dado que el diccionario define «orientación» como «dirección en que se orienta una cosa», vaya por delante (o por detrás) que uno respeta todas las orientaciones sexuales, como se dice ahora. Cada cual es libre de hacer con su cuerpo lo que más le plazca siempre que, como en cualquier otra actividad, no perjudique a nadie. Pero, dicho esto, no acabo de entender que de la atracción física o afectiva entre personas del mismo sexo se haga pública ostentación en desfile callejero enarbolando una bandera simbólica del colectivo. Tampoco llego a comprender el nombre con el que sus promotores denominan a estos alardes festivos, «orgullo», porque las palabras encierran significados y el de ésta es «Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia» (RAE) o «Exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás» (Vox). De acuerdo con este concepto, la festividad civil conocida como «Día del orgullo LGBT» (lesbiana, gay, bisexual y transexual) u «Orgullo Gay» a secas sería una manifestación pública de individuos e individuas que autoproclaman su arrogante exceso de autoestima y superioridad con respecto a las personas heterosexuales. Aunque sé que en este caso «orgullo» (del catalán orgull) es una mala traducción del inglés (pride) que más bien querría significar dignidad, es decir, respetabilidad. Pero aun traduciéndolo bien, en España la homosexualidad está reconocida oficial y socialmente como una opción tan respetable como legal, por lo que ni siquiera tendría sentido semejante reivindicación exhibicionista de tolerancia y respeto. Tendría mucho en cualquiera de los ochenta países, en su mayoría árabes y africanos, donde la homosexualidad está castigada hasta con la muerte y con los que a buen seguro el gobierno frentepopulista que posiblemente conquistará el poder en otoño romperá relaciones inmediatamente por tal motivo.

En esta España nuestra tendría más sentido celebrar Orgullos como el del Emprendedor de Riqueza y Empleo, o de la Ama de Casa Todoterreno, o del Seiscientoseurista Superviviente, o del Cooperante Desinteresado, o del Investigador Exiliado, o de los Creadores de una Familia tras Décadas de Matrimonio. Pero esta clase de orgullo no se manifiesta en algaradas carnavalescas; se rumia en la intimidad doliente y discreta desde la que Armando Buscarini remató su poema Orgullo:

-Es verdad que yo sufro; pero oídme:

¿qué me importa sufrir si soy poeta?

 (Sustitúyase «poeta» por la actividad de cualquier héroe anónimo bregado en la dura supervivencia cotidiana).

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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