«En las horas sombrías, cuando me atenaza el círculo feroz de la vida, me has conducido hacia un mundo mejor»*
Escuchaba la radio tempranito cuando el presentador interrumpió la retahíla de noticias pésimas para anunciar con tono exageradamente enfático la emisión de «un au-tén-tico temazo». Y mientras sonaba el chunchún aullado tan parecido a tantos me preguntaba que si aquel paradigma de pobreza armónica, vulgaridad melódica y ritmo machacón era un temazo, ¿qué serán una canción de Schubert, una melodía de Chaikovski o un aria de Puccini? La mayoría de los españoles no podrían responder a esa pregunta porque no escuchan ni una nota de la llamada música seria, culta o clásica, inmenso y valioso patrimonio cultural de la civilización occidental sistemáticamente ignorado, marginado y hasta despreciado en nuestro país con la inestimable ayuda de gestores culturales y medios audiovisuales.
Que, por el contrario, la gente –joven sobre todo– considere que una cantata de Bach, un concierto de Mozart, una sonata o un cuarteto de Beethoven, una sinfonía de Brahms o de Mahler, un poema sinfónico de Strauss o una ópera de Verdi (no digamos de Wagner) son muermazos revela empobrecimiento cultural en general y un trastorno degenerativo colectivo de la sensibilidad musical en particular. En esta sociedad del hiperconsumo de usar y tirar se ha impuesto la música desechable cuyas funciones principales son anular el resto de los sentidos a base de más decibelios de los que el oído debe soportar y estimular la agitación psicomotriz en manada.
Así las cosas, el amante de la música clásica es una subespecie de friqui o, como la RAE define melómano, un «fanático de la música»: el patológico sufijo nos mete en el mismo saco de los poseídos por malsanos impulsos irrefrenables como el pirómano, el dipsómano o el morfinómano. Y el sambenito de «elitista» aplicado a esta afición deriva de la necesidad de pagar por asistir a un concierto o a una representación. A ver cuando en las fiestas capitalinas, por ejemplo, además de conciertos gratuitos de música pop, rock, jazz o folk programan uno sinfónico popular por alguna orquesta española (Nacional de España, RTVE) financiada con los impuestos de todos. Sorprendería la respuesta de un pueblo habituado al eterno rancio programa de charanga, carroza, cabezudo, pirotecnia, torada, degustación y verbena. Otra muestra del mismo desdén por la «gran música» es que ni para celebrar el 25º aniversario de su restauración el teatro Bretón de Logroño ofrezca un solo concierto sinfónico. Ya ni pagando.
*Del lied A la Música (Schubert/von Schober), quintaesencia de la música hecha poesía y viceversa. Un temazo clásico, sublime, imperecedero.