En febrero de 2011 escribí en esta columna: «José Calvo Sotelo fue un Abogado del Estado de derechas que desempeñó diversos cargos en la Administración monárquica y que, siendo diputado de la II República y debido a sus ideas políticas fue detenido ilegalmente e introducido en una camioneta donde recibió dos tiros en la nuca. Los matones que lo arrancaron por la noche de su domicilio para asesinarlo al más puro estilo etarra eran guardias de Asalto (la policía republicana) y militantes del PSOE pertenecientes a la Motorizada (milicia paramilitar de los socialistas madrileños) y el pistolero que lo liquidó era un guardaespaldas del ministro socialista Indalecio Prieto. El crimen se cometió el 13 de julio de 1936, con lo que este hombre difícilmente tuvo que ver con un franquismo que manipularía póstumamente su figura declarándolo “protomártir de la Cruzada”. Un mes antes de su asesinato, sintiéndose amenazado, Calvo Sotelo pronunció en sesión parlamentaria su célebre “la vida podéis quitarme, pero más no podéis.”»
Cuatro años después, concejales del Ayuntamiento de Logroño integristas de esa memoria histórica «que se me antoja corta, parcial, sectaria y de un trasnochado revanchismo» han acabado quitándole la calle a un histórico representante de la voluntad popular (de derechas, insistamos) asesinado por defender una postura política desde su escaño. Que algunos sean del mismo partido que sus asesinos produce escalofríos, es como rematar el trabajo replicando a la víctima ochenta años después: «ya ves que sí, podemos». Sorprende, además, que quienes presumen de democracia popular participativa decidan renombrar calles sin preguntar a los vecinos si aprueban un cambio que les acarreará gastos y molestias. Y si este era un problema tan acuciante, ¿por qué no lo resolvió la coalición socialriojanista cuando gobernó la ciudad con la memoria más fresca?.
A mí me la refanfinflaría vivir en una calle llamada Jorge Vigón, Capitán Cortés, Calvo Sotelo o González Gallarza. Como no creyente laicista me sentiría más incómodo en El Cristo, San Pablo, Trinidad, Pío XII o Madre de Dios, nombres que los neorrojillos de salón (de plenos) nunca se atreverán a tocar ni aquí ni en ningún lugar de esta España de blasfemos en procesión, aunque me negaría a rebautizarlas si me lo propusieran. Y si creen haberse dado el gustazo de borrar del callejero logroñés las «calles franquistas», sepan que también lo son Oviedo, Belchite, Somosierra y Huesca, entre otras. Pueden documentarse en la web de su Ayuntamiento (Las calles de Logroño y su historia). Trabajo para otro pleno. Lo urgente siempre estuvo reñido con lo importante