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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Estado astado

Quienes procuramos siempre hacer de nuestra capa un sayo, es decir, obrar con total libertad en los asuntos que nos atañen directamente, detestamos las normas restrictivas de nuestro albedrío. No me refiero, claro, a las reglas morales básicas de la convivencia civilizada, recogidas en las tablas que Charlton Heston recibió en la cima del Sinaí a rayazo limpio (no matar, no robar, no mentir, etc). Hablo de las intromisiones paternalistas del Estado en nuestra vida privada para protegernos de peligros que nos considera incapaces de arrostrar como si fuésemos bebés. Por ejemplo, la obligatoriedad de amarrarnos a los asientos del coche con los llamados cinturones de seguridad, palabra que significa «ausencia de peligro o riesgo», cuando el mayor peligro al volante es el burro temerario que desprecia aún más la vida de los demás que la propia y nunca debió obtener permiso para conducir, aunque vaya sujeto con diez correas.

No soy tan cerril como para negar que el cinturón reduzca la morbimortalidad de los accidentes de tráfico. Lo que llevo mal es la persecución implacable del ejército de agentes desplegados por el Estado para vigilar que lo llevemos puesto y sacándonos los cuartos en caso contrario. Porque se supone que lo hacen para protegernos de nosotros mismos, reduciendo el alcance de las posibles lesiones en caso de colisión, pero el mismo Estado, por ejemplo, se forra con los impuestos obtenidos por la venta de un tóxico legal causante de un formidable problema de salud pública mientras prohíbe y castiga cosas menos insalubres. No me refiero solo a fumar sino a otros hábitos arraigados en nuestra sociedad tanto o más contrarios a la inteligencia además de peligrosos para la salud como, por ejemplo, los llamados encierros o carreras festivas de grandes bóvidos mezclados con bípedos presuntamente racionales, muchos de los cuales resultan lesionados de distinta gravedad y alguno incluso muerto. Un encierro de minutos puede producir más y más graves lesiones que meses de tráfico rodado en el mismo lugar. Resulta sintomático de nuestra absurda sociedad ver agentes del supuesto orden metiendo multazos por conducir con chanclas, sacar el codo por la ventanilla o pegar un frenazo al descubrirlos agazapados en el arcén para proteger la seguridad de individuos que vuelven de jugarse la vida provocando a cornúpetas para diversión de una turba con menos sentido común que unos bichos programados genéticamente para embestir a quien les toque las criadillas más de la cuenta. Más cornadas da el Estado.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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