Uno ya sospechaba que el número de muertos y malheridos en La Rioja por atropellamientos en núcleo urbano era demasiado alto y una estadística reciente de ámbito nacional ha justificado mi temor: la tasa riojana (9,3 por 100.000 hígados) dobla con creces la media nacional (4,1), sin contar las innumerables lesiones de menor consideración. Una de las causas que explican esta escabechina callejera es desde luego la mala costumbre que tienen muchos peatones de cruzar las calles fuera de los pasos establecidos. Pero aunque sea cierto que algunos temerarios cambian de acera por donde les sale, la mayoría de los atropellos ocurren en los pasos de peatones, lo que indica un alarmante déficit de educación vial, o sea mucho borrico motorizado pululando por nuestras calles. Y la ineducación al volante solo es una faceta de la pésima educación general de muchas personas cuya posesión de un permiso de conducir debería obligar a replantearse un procedimiento de concesión tan poco exigente.

Pero mientras continúen dándoles el carné a impacientes compulsivos, agresivos peligrosos, despreciadores olímpicos de los demás, abusadores de su superioridad,  acosadores y simples zoquetes algo habrá que hacer para reducir las negativas consecuencias de esta lacra urbana, especialmente arraigada en nuestra región. Eso de la educación está muy bien y hay que hacerlo, pero que un celtiberón llegue a conducir como un suizo o un noruego puede requerir un par de generaciones, y urge tomar medidas drásticas que disminuyan la escandalosa morbimortalidad del tráfico rodado riojano. Propongo instalar en las vías con más riesgo de atropello peatonal dos dispositivos infalibles: una valla bordeando la acera que impida el paso indebido de los viandantes y un muro de acero soterrado delante de cada paso de cebra que emerja súbitamente al activarse un sensor por la presencia del peatón que se dispone a atravesarlo. «Atropello cero» garantizado.

Así como el temor al multazo ha sido la única manera de reducir espectacularmente los accidentes de circulación en las carreteras, el miedo al cochazo contra el muro (cuyos daños debería excluir la cobertura del seguro) sería la única forma de acabar con los arrollamientos peatonales. Antes de rechazar mi paso de cebra blindado por extravagante, o por su coste, piensen que sería mucho más beneficioso, eficaz y barato que el interminable y faraónico soterramiento del ferrocarril a su paso por Logroño. Un expreso o un mercancías atravesando la ciudad a cielo abierto son mucho menos peligrosos para la integridad física de los ciudadanos que cualquier utilitario ­–y circulan miles por cada tren– conducido por alguien con menos cerebro que su tomtom.