Todo el año decimos o cometemos tonterías pero en el período navideño se produce tal concentración de ideas, dichos y hechos contrarios a la razón que, paralelamente a las ventas de muchos establecimientos, durante estos días podemos soltar hasta un 30% de las memeces anuales.
La mayor es la «ilusión de la Navidad» o imagen mental engañosa de felicidad provocada por una falsa percepción de la realidad debida a la interpretación errónea de estímulos sensoriales como adornos, lucecitas, musiquitas e iconos paganos o religiosos, machaconamente desplegados para estimular los excesos gastronómico-consumistas inherentes al solsticio de invierno cristianizado.
Con respecto a la fantasía recurrente de hacerse rico cada 22 de diciembre circulan tres solemnes tontadas. La primera es que hay unos números «feos», que se rechazan, y otros «bonitos» que se prefieren y buscan incluso. Esto de la estética numeral aplicada a la lotería podría ser la mayor aportación española a la ciencia matemática desde Rey Pastor. La segunda, que «la lotería regalada nunca toca». Dado que, al igual que los números feos, bonitos o terminados en 8, los que figuran en los décimos regalados tienen la misma probabilidad de salir del bombo que los demás, esta especie de maldición lotera quizá sólo sea un pretexto para superar el apuro de asegurase el cobro de la participación encargada o falsamente regalada. La tercera es la superstición de comprar el décimo en lugares donde «toca más», sin duda porque venden más gracias a esta sandez que se muerde la cola ante la expendeduría.
Pero la simpleza más escrita, escuchada y pronunciada esos días es «Feliz Navidad y próspero año nuevo». La segunda parte del desiderátum no precisa mucha refutación: atendiendo al concepto («Que es favorable o conlleva éxito o felicidad») ningún año es próspero para casi nadie. Salvo los candidatos que han obtenido escaño y los catalanes, que si accediesen a la Arcadia independiente alcanzarían la plena felicidad universal, en 2016 a unos pocos les irá aún mejor pero a la mayoría peor todavía; algunos palmarán y todos seremos quizá más gordos, achacosos, descreídos, menesterosos, calvos y desde luego viejos. El alborozo explosivo con que celebramos la llegada de un nuevo mojón en el camino de regreso a la inexistencia, en fin, me parece la mayor de todas las estupideces colectivas que cometemos en las dos absurdas semanas comprendidas entre el Gordo y el Niño, la compra compulsiva y el descambie, el mazapán y el roscón, el encendido de las luces y el apagón del espejismo.
Queridos lectores, que tengan la noche buena. O sea, que no se les atragante el cenorro discutiendo de política en familia, que no es poco.