Un país auténticamente democrático (el Reino Unido, pongamos por modelo) es aquel cuyo Estado se rige por un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y su derecho a elegir y controlar a sus gobernantes. Según esto, en un país democrático:
- Los electores influyen en la confección de listas abiertas de candidatos.
- Los votos no tienen diferente valor según donde se instale la urna y se cambiaría una ley electoral tan injusta aunque perjudicase a sus grandes beneficiarios.
- El presidente del Gobierno y de un partido que pierde la tercera parte de sus diputados hubiese dimitido por el batacazo nada más conocerse los resultados, a pesar de su pírrica victoria y el líder de la oposición que «hace historia» llevando a su partido al mayor fracaso electoral de su historia se hubiese ido igualmente a casa esa misma noche.
- Los gobiernos se legitiman en las urnas, con prevalencia de las mayorías.
- Superando fobias e intolerancias, los partidos defensores del orden constitucional estarían obligados no sólo a entenderse sino a proteger al país de los partidos minoritarios que pretenden cargárselo.
- Los votantes borrarían del mapa político a cualquier partido cuya desastrosa gestión hubiese puesto al país al borde del abismo o estuviera carcomido por la corrupción.
En este Reino Desunido nuestro, en cambio:
- Los electores votan listas cerradas y bloqueadas por los aparatos de los partidos.
- Un voto en Soria vale tres veces más que uno en Madrid y para conseguir un escaño en el Congreso IU necesita casi medio millón de votos frente a los cincuenta mil del PNV, pero ningún partido grande ha prometido cambiar una Ley Electoral injusta que los beneficia (el 20-D, en un sistema de circunscripción, el PP hubiera obtenido103 diputados y el PSOE 79).
- Nadie dimite, los líderes de los auténticos partidos perdedores (PP y PSOE) se aferran como lapas al mando y el segundo pretende presidir el Gobierno con la cuarta parte de los diputados y tras haber perdido en 46 de los 52 distritos electorales, que se dice pronto, aliándose hasta con el diablo con tal de salvar el pellejo.
- Los gobiernos se legitiman en despachos donde las minorías perdedoras se conchaban contra la mayoría ganadora.
- Antes de ponerse de acuerdo para sacar al país adelante, los partidos son capaces de repetir las elecciones para ver si en la siguiente rifa salen más agraciados, lo que debería estar prohibido por una ley que los obligara a entenderse.
- La mayoría de los electores sigue apoyando a los partidos incompetentes y/o corrompidos.
¿Conclusión?