Creo que el encarcelamiento fulminante de los meneamuñecos contratados por el Ayuntamiento de la malvada bruja Avería por presunta apología del terrorismo fue un abuso de poder, judicial en este caso. Si los titiriteros hubieran sacado a una infanta apestando a huevos podridos, a un constructor llenándole el cazo de billetes a un político o a un cura metiéndole mano al monaguillo, los chicos de Títeres desde Abajo hubiesen dormido en sus casas. Pero se les ocurrió asomar por el guiñol a un juez empelucado con la soga al cuello y, amigo, con la Justicia se toparon. Mientras tanto, presuntos grandes delincuentes como la banda de los Pujol, los Nóos, los Tarjetas Black o el gobierno autonómico catalán andan sueltos y choteándose. Aquí te pueden caer dos años y medio por afanar cien euros pero ni un tirón de orejas si robas millones o te pasas por el Arc de Triomf las más altas sentencias.

Por repugnante que pueda resultar, la función de los titiriteros enchironados por una de sus marionetas no fue un delito sino un ejercicio soez y chabacano de la libertad de expresión. Como lo fue la irrupción en tetas de la portacoz de la abracadabrante bruja Avería en una capilla regoldando «el Papa no nos deja comernos las almejas» entre otros eructos pareados. Como lo ha sido el purulento “Madre nuestra que estáis en el cielo, santificado vuestro coño» esputado por una poetastra para embeleso de la bruja Truca. Como son los insultos «Hijo de puta, rojos de mierda y perroflauta» regurgitados sobre el concejal de Seguridad de la simpática bruja Avería por sus policías en uno de esos «jarabes de democracia» que son los escraches cuando tú los organizas pero «acoso fascista» cuando te los montan a ti. Como lo fuera el vómito fecaloide «Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcasser para que no vaya Irene Villa a por repuestos» expelido por otro compinche de la, en fin, entrañable bruja Avería (¿la recuerdan?: «¡Viva la basura! ¡La basura es cultura!»).

Está visto y oído que la «nueva política» preconizada por cierta extrema izquierda emergente –del lodo, al parecer- se caracteriza por la ofensa gratuita, la ordinariez, el mal gusto y, en definitiva, la libertad de excreción bucal de desechos mentales. Esta esperpéntica cutrepanda de titiriteros y titiritetas, poetastras, eviles (ediles viles) y brujas está demostrando muchas carencias para estar donde han llegado, entre las que destacaría dos: educación y un buen peine.