«Charlar y no hacer, cacarear la gallina y no poner». (Refrán)

El insólito resultado de las elecciones de diciembre ha acarreado consecuencias novedosas en el panorama político español. Acostumbrados a un bipartidismo alternante durante décadas, asistimos a un Congreso a cuatro bandas de tamaño desigual (123, 90, 69 y 40 diputados) completado con una calderilla de 28 entre las demás. Hasta ahora lo normal era que la gente se hartara de sus gobernantes desgastados tras años en el poder. La primera gran novedad es que los españoles estamos hasta el mismo sitio que los bomberos de Logroño de los aspirantes a ejercerlo, tras agotar sus cien días de gracia postelectoral. Desde hace ya 109 es imposible enchufar la tele o la radio u hojear la prensa en papel o digital sin que aparezcan los tres gallitos del nuevo corral mareando la perdiz y soltando las ocurrencias del día. Aunque, gallito lo que se entiende por gallito en nuestro rico idioma («Que pretende sobresalir entre los demás, presumiendo o alardeando excesivamente de sus cualidades») sólo sería aplicable a esa cruel venganza del destino con coleta que le ha caído al pesoe, homónima de su padre fundador. Porque al presunto líder socialista le encaja mejor lo del célebre «gallo de Morón, sin plumas y cacareando», dicho que se aplica al que sigue mostrándose arrogante u orgulloso tras haber sido derrotado en algo. Y en cuanto al otro componente del trío galliforme, más bien parece un pollo pera tiernito que no ve el momento de mudar la pluma.

En cuanto al cuarto macho del gallinero, aunque no concite la misma atención de los medios ahí sigue, encaramado al palo más alto y más quieto que disecado, reservando sus espolones retorcidos de gallo viejo para la próxima pelea mientras el de Morón, el gallito y el pollo se muestran incapaces de derribarlo. Aunque, más que como un gallo, Rajoy se está comportando como una gallina, no ya por la cobardía que demuestra o aparenta sino por ejemplificar otro dicho popular, «gallina en corral ajeno: persona que se encuentra incómoda o confusa entre gente extraña». Aunque «enemiga» sería la palabra adecuada en este caso, porque otra situación insólita es que por primera vez el Parlamento es un gallinero alborotado mayoritariamente hostil a un gobierno en defunciones. Mientras tanto, las gallinas sin poner un triste huevo. Y sin huevos no hay tortilla que pueda voltear el cacareado gobierno de cambio y progreso cuyo interminable período de incubación es otra novedad en nuestra patología política.

(el-bisturi.com)