(Aviso: a continuación reproduzco una frase extremadamente soez.) «A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás, que se metan a España por el puto culo, a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando del campanario». Este vómito fecaloideo mental, resultado de una fístula perforada por el odio en un cerebro patológico, fue arrojado hace unos años ante las cámaras de TV3 por un tal Pepe Rubianes, gallego de cuna y catalán de tumba. El impresentable –me da igual que esté muerto– remató la soflama gruñendo que llevaba toda la vida desde que nació «con la puta España». Si quieren verlo está en yutube y para mí lo peor no es la insoportable grosería del tipo sino la risita cómplice del entrevistador y la cerrada ovación de la chusmilla invitada al plató. Al fin y al cabo TV3 es un instrumento de propaganda del catalanismo antiespañol, pero se entiende menos la condescendencia de una periodista como Julia Otero con aquel espécimen de español que aborrece a su nación, cuyos exabruptos justificó porque el chico era así de provocador.
Sólo cabe estar de acuerdo con el profesor Álvarez Junco cuando afirma en su reciente ensayo sobre los nacionalismos, titulado Dioses útiles, que la nación «es una construcción histórica, producto de múltiples acontecimientos y factores, la mayoría contingentes», y por tanto ni España ni Portugal, Cataluña o Euskadi son realidades eternas y algún día desaparecerán como tales. Hay un nacionalismo constructivo como el que originó Italia y Alemania agregando entidades nacionales menores preexistentes, y otro disgregador cuya constitución en Estado propio pasa por la destrucción del matriz, como pretende esta utopía decimonónica de la «independencia» (¡qué risa!) catalana. Y lo malo no es perseguirlo por medios pacíficos y democráticos, eso es respetable aunque probablemente sea un error de consecuencias nefastas para todos, sino que el sentimiento nacionalista crezca a base de un alimento tan malsano como el odio. Un odio basado en la presunta diferencia –germen del fascismo y la xenofobia–, en la falsedad histórica y en el rencor por una supuesta opresión que ofenden a la inteligencia más justita; una especie de complejo de Electra colectivo cuya enfermiza obsesión por el padre que no existe impulsa a destruir a hachazos a la odiada madre que, quieras o no, te parió.
Imagino lo que deben de sufrir estos individuos cuyo mayor problema existencial es su congénita condición de súbditos de un Estado-nación europeo desarrollado, moderno y democrático llamado Reino de España al que detestan. Estos, a su pesar, hijos de España. De la puta España.