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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Agorafobia

Hasta ahora se consideraba algo más que un temor injustificado. La agorafobia era una enfermedad, un trastorno mental caracterizado por miedo patológico a los espacios abiertos y por la dificultad para acceder a lugares seguros: temor a las multitudes, a salir de casa, a entrar en comercios, cines u otros lugares cerrados con difícil salida o a viajar en transportes colectivos. Así que quienes desde críos hemos sentido aversión a las aglomeraciones, los espectáculos multitudinarios y las fiestas al aire libre, así como claustrofobia en cines, discotecas, tascas y demás locales atestados arrastrábamos fama no ya de raritos o antisociales, de neuróticos incluso.

Pero estas cosas están cambiando, naturalmente para mal, como siempre. Veamos. ¿Qué hacían las pobres víctimas de aquel piloto alemán depre que estrelló el avión contra los Alpes? Volar, claro. ¿Las del bombazo en el aeropuerto de Bruselas? Embarcar. ¿Los setenta asesinados uno a uno por aquel malnacido de Breivik en Noruega, que se está quejando de «trato inhumano» en la cárcel? Participar en un campamento de verano ¿Los acuchillados en un tren al grito de «Alá es grande»? Viajar también. ¿Los arrollados por el camión en el Paseo de los Ingleses? Ver fuegos artificiales. ¿Los ametrallados en la sala Bataclan? Pues las cosas que imagino se hacen en las discotecas. ¿Y los penúltimos de la lista, en Alemania y Francia? Pasear, visitar un centro comercial, comer en un restaurante, oír misa…

No tachen de frívola mi conclusión, pues resulta incontestable: todas estas personas seguirían vivas si aquel funesto día se hubieran quedado en casa o al menos hubiesen evitado acudir a los lugares preferidos por estos terribles asesinos imprevistos, me da igual psicópatas laicos que islamistas radicalizados, pero armados hasta los dientes, impulsados por un odio ciego y dispuestos a morir matando a desconocidos escogidos al azar.

Mientras politólogos, sociólogos y psiquiatras etiquetan como nueva patología mental el asesinato colectivo indiscriminado; en tanto los países que sufrimos las consecuencias en carne propia sigamos fabricando armas y vendiéndolas por internet, hasta que no seamos capaces de controlar esta plaga, lo mejor será quedarse en casa y exponerse en la peligrosa ágora lo imprescindible. El riesgo no desaparecería, pero se minimizará.

Amigos, la agorafobia ya no es una emoción patológica sino la medida preventiva más efectiva de una muerte absurda y brutal por avionazo, camionazo, bombazo, escopetazo o hachazo de joven pirado o malvado a secas. Uno no es que fuese rarito, o sociópata. Era un precursor.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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