El infarto que remató a Rita Barberá hace una semana ha puesto en evidencia la calaña de nuestra clase política. Resulta difícil dilucidar quienes se han portado peor con esta notable mujer durante la pasión y muerte que siguió a su exitosa vida pública, si los condiscípulos que la negaron o la chusma azuzada por quienes no pararon hasta crucificarla.
Vayamos con los primeros, los fariseos. Un Partido Popular que durante cinco lustros gobernó la tercera ciudad de España gracias al tirón electoral de Barberá. Parece incontestable que la alcaldesa de Valencia hizo muchas, grandes y buenas cosas por la ciudad. Sin embargo, nunca se probó, y ya no se podrá, que se corrompió aceptando bolsos o blanqueando mil cochinos euros, y no para su beneficio personal. Aunque se hubiera demostrado, cosa improbable, la balanza caería del lado de los aciertos. Pero en este país las cosas son blanco o negro, todo o nada. Si operas a mil pacientes con éxito pero metes la pata con uno solo ya nunca serás el cirujano exitoso que salvó cientos de vidas sino el que se cargó una. Y que sean tus propios compañeros quienes te condenen por ello a la muerte profesional es propio de sepulcros más blanqueados que los famosos mil euros.
Y qué decir de los otros, los publicanos. Con el PSOE en coma, ya veremos si sale vivo de la UVI, hablamos de Podemos. La suya sí es «una trayectoria marcada por la corrupción» porque tras cuarenta años en política a Rita la acusaron de comprar una participación del pitufeo valenciano, pero en sólo dos ellos acumulan corruptelas como financiación por dictaduras, cobros por nada, malversaciones, pagos en negro y especulación con vivienda protegida, todo muy presunto. Su ensañamiento con ella hasta después de muerta, con la inestimable colaboración de la pocilga tuitera, los medios cazapeperos y el integrismo depurador, obedece a una estrategia de aniquilación política y hasta personal de los intolerables políticos de centro-derecha, no digamos si encima «la gente» los vota mucho más que a ellos. Iglesias justificó su plante al saludo real en la apertura de las Cortes porque le daba «asco hacer cola con Rita Barberá». Para él, en cambio, el tirano Castro fue «un referente de la dignidad» (y «de la causa de los oprimidos», lo que hay que oír, para su camarada comunista). Pues a mí diputado me daría asco codearme con tipos y tipas, no ya con pinta de no ducharse, que también, sino incapaces de guardar un respetuoso silencio por la muerte de, quieran que no, una compañera de trabajo cuyo corazón, seguramente grande, no pudo soportar tanto odio de sus enemigos mortales ni, seguramente lo peor, el cobarde abandono de los suyos. Entre todos la mataron y ella sola se murió.