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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El hombre y el artista

En 1913, centenario del nacimiento de Richard Wagner, el crítico musical británico Ernest Newman publicó el ensayo Wagner as Man and Artist («Wagner como hombre y artista»), un clásico imprescindible para aproximarse a la gigantesca figura del compositor de El Anillo del Nibelungo. La reseña de The Times alabó la objetividad intelectual de Newman destacando «su enorme admiración por el artista y su desprecio por el hombre».

Ningún músico ha vertido más ríos de tinta que Wagner y los estudiosos del personaje coinciden en recalcar la disociación entre los extraordinarios logros artísticos del inmenso artista y las mundanas flaquezas del ser demasiado humano. Entre la magnificencia que impregnó su obra y la mezquindad que deslustró su vida. Con respecto a Wagner, hay dos clases de personas: las que sin haber escuchado una sola nota suya lo aborrecen debido a prejuicios como una banda sonora belicista o aquella ocurrencia de Woody Allen (tan estúpida como decir que viendo su cine entran ganas de meterle mano a una niña), y las que admiramos, disfrutamos y amamos su obra aunque sepamos que la creó un ególatra manirroto, gorrón, manipulador, antisemita y seductor de señoras casadas.

Mientras me emociono escuchando una vez más el coro de peregrinos de Tannhäuser, el preludio de Lohengrin, el Adiós de Wotan a Brunilda, la marcha fúnebre de Sigfrido, la Muerte de amor de Isolda o la escena del Grial de Parsifal, jamás pienso en las púas que Wagner dejó por media Europa, en que exprimió a sus fieles, maltrató a quienes lo ayudaron o publicó el lamentable panfleto «El judaísmo en música». No estoy dispuesto a dejar de escuchar esta maravillosa música por la conducta reprobable de su autor y ningún teatro de ópera del mundo se planteará nunca condenarla o desprogramarla. La triunfal inauguración en 1876 de un teatro-templo consagrado en exclusiva a representar sus obras significó el rotundo éxito de su carrera, sin que ni al Káiser Guillermo ni a la crema social y musical europea que asistieron rendidos a su arte, les importara un pito si Wagner repartió granadas en las barricadas de Dresde, esquilmó al Reino de Baviera o se acostaba con la mujer de su devoto Hans von Bülow mientras éste se rompía los cuernos desentrañando al piano la endemoniada partitura del Tristán en el piso de abajo.

Naturalmente que aquellos eran otros tiempos. Los actuales, con su integrismo moralista hipócrita e intolerante, su caza de brujos, su afán por derribar ídolos luego de encumbrarlos, sus acusaciones sin pruebas, sus condenas sin juicio y su incapacidad intelectual para discernir las debilidades prescriptibles del hombre de la grandeza imperecedera del artista, me parecen mucho peores.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.