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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Con filosofía

La insólita e impactante experiencia colectiva que estamos viviendo no deja de suscitar reflexiones. Tras del principal drama de la epidemia, las víctimas mortales, vienen las pésimas consecuencias sanitarias, laborales, comerciales y económicas pero también sociológicas, que son la novedad porque ya hemos vivido otras crisis pero ninguna que obligue al cese de la actividad ciudadana y al confinamiento obligatorio indefinido.

El filósofo Arthur Schopenhauer aseguró que «lo que mantiene afanado a todo ser vivo es el deseo de existir. Pero, una vez que ese existir está asegurado, el viviente no sabe qué hacer con él. De ahí que su siguiente afán sea liberarse de la carga de vivir y no sentirla, en resumen, de escapar del aburrimiento». Y eso que entonces no había radio ni televisión ni móviles, ordenadores o tabletas, aunque sí algo más enriquecedor: libros. Aún así nos aburrimos enjaulados porque tanta distracción y tanto estímulo externo empobrecen nuestra vida interior. Marco Aurelio aconsejaba no ansiar retirarse «al campo, el mar o la montaña» —o a la terraza, el centro comercial o a Netflix, diría hoy— sino hacerlo «en uno mismo». «El sabio —apostilla Gracián— se basta a sí mismo pues donde va lo lleva todo consigo». Desde luego, una de las cosas que van a cambiar es la filosofía inmobiliaria, pues ya no se valorará que un piso sea «recogidito, sin apenas pasillo», con lo vital que resulta para soportar la cuarentena.

En el aspecto sanitario llama la atención que todos los años la gripe estacional provoca un pico de demanda asistencial que sobrecarga Urgencias, con la consiguiente «denuncia» de los profesionales de la crítica fácil y la reivindicación simplista que este año, en pleno colapso catastrófico, callan como muertos. ¿Habrán comprendido, al fin, que la culpa es de un virus y no de la dirección del centro o la Consejería?

Las penalidades que está viviendo esta sociedad malacostumbrada y consentida, habituada a la comodidad, a la abundancia y a quejarse de cosas como que el autobús se retrasó unos minutos o frenó demasiado brusco, que un banco del parque está roto, que su calle está poco iluminada, o sucia o que tardaron en atender su catarro o su torzón en urgencias, todo lo cual es «una vergüenza», me recuerda cuando de pequeños berreábamos sin motivo hasta que alguien te daba un cachete «para que llores por algo».

Hace dos mil años el estoico Epícteto extendió la receta para sobrevivir en un mundo adverso: «Sustine et abstine». Soporta y renuncia. Hoy la adversidad es otra pero la filosofía con la que debemos afrontarla sigue siendo la misma: ajo y agua. Al menos podemos dormir tranquilos: nuestro ministro de Sanidad, de nombre Salvador, es licenciado en Filosofía.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.