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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Al fin héroes

Por una vez, considerando su renovada actualidad, me permito rescatar una de las primeras columnas que escribí para esta sección, allá por 2004, titulada «Héroes»:

«De la tele surgió un formidable rugido tribal, seguido de un aullido solista: ¡Hay que ver lo que acaba de hacer este hombre! ¡Impresionante, señores, im-pre-sio-nan-te!. Y no exageraba, pues el espectáculo era impactante de veras: una miríada de seres con aspecto de humanos saltaban, vociferaban y agitaban los puños en el aire como simios excitados por el mismo estímulo selvático. Pero lo más asombroso fue cuando la cámara se recreó con la efigie del héroe cuya proeza había desencadenado el frenesí de la turba. Pues no era un cirujano arrancando a su paciente de los brazos de las muerte, un profesor metiendo en vereda a su lote de descerebrados o un pianista resultando ileso de las variaciones Goldberg. Tampoco se trataba de un portavoz político reconociendo errores propios o logros del rival, un conductor logroñés deteniéndose ante un semáforo en ámbar o un profesional de la chapuza doméstica apareciendo el día que prometió. Qué va. Sólo era un joven en calzones que acababa de estrellar de un patadón una bola de cuero contra una malla. Nada, desde luego, comparable a desactivar un explosivo terrorista, llegar a fin de mes con mil euros o emprender otra novela que nadie leerá.

El caso es que, a continuación de su hazaña, lo siguiente que hizo el semidiós ante su masa de admiradores fue mocarse con los dedos, rascarse el paquete y escupir contra el suelo. O sea, comportarse como esos muchachitos sin crianza con los que uno se tropieza por la calle. Es asombroso lo mucho que el aspecto de los modernos héroes se asemeja al de los anónimos mortales que ganan en un año lo que aquellos en una tarde. Y con toda justicia, pues no pretendamos comparar esa prodigiosa ráfaga de genio sobrenatural que es un remate de volea con centenares de jornadas de curro terrenal en un comercio, una fábrica, un hospital, un colegio, el hogar, una oficina, el pesquero, la mina, el comercio o el campo. Esta sociedad nuestra sí que sabe apreciar las obras de sus hijos y recompensarlas en consecuencia: gloria y riqueza para los héroes y los demás a celebrar sus gestas brincando y rugiendo desde la grada».

 

Ha tenido que caernos la peor calamidad desde la guerra para comprender que la verdadera épica de la vida reside en las personas normales y corrientes, pero corajudas, que cada mañana saltan de la cama para reanudar la proeza de sobrevivir, dispuestas a librar otra batalla de una guerra que todos sin excepción acabaremos perdiendo. Ojalá que este justo aunque tardío reconocimiento del auténtico heroísmo haya llegado para quedarse, aunque se fuera —que no se irá— el maldito virus al que por desgracia se lo debemos.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.