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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Autotanasia

Señor juez encargado de levantar mi cadáver (o, más bien, de pescarlo): no se culpe a nadie de mi muerte porque ha sido voluntaria. Le cuento.

La aprobación de la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia abrió una puerta de esperanza al final del oscuro callejón sin salida en que se había convertido mi desdichada existencia. Mucho antes de promulgarla ya había decidido ponerme fin, pero la perspectiva de una eutanasia legal me proporcionó el coraje necesario para continuar arrastrando mi desventura por este valle de lágrimas un poco más, nada comparado con décadas de «sufrimiento físico o psíquico constante e intolerable que no ha podido ser mitigado por otros medios». Porque con esta ley ya no sería lo mismo abandonar el mundo como un suicida estigmatizador de su familia que como un ciudadano ejerciendo todo «un nuevo derecho individual» (los entrecomillados, señoría, pertenecen al texto legal).

Se preguntará usted cuál ha sido en mi caso ese «padecimiento incurable que la persona experimenta como inaceptable». Ya verá cómo cuando el forense termine su desagradable trabajo (destripar un cuerpo ahogado resulta especialmente penoso), no encontrará en mis despojos ningún cáncer incurable. La mía fue una enfermedad congénita, hereditaria, progresiva y degenerativa llamada vida, pero no reconocida como tal por la ciencia médica. Aunque mortal de necesidad, puede tardar hasta un siglo en matarte, convirtiendo tu existencia en un interminable corredor de la muerte.

Por eso, señoría, decidí acogerme al homicidio legal que ofrece la nueva ley, sin saber que significaba instalar en mi corredor una yincana de obstáculos burocráticos que ensombrecerían aun más la fase terminal de mi lamentable supervivencia. Que si dos solicitudes por escrito a un médico separadas por quince días. Que si el segundo consultará a un tercero que corrobore el tema en diez días más. Que si su dictamen va a una Comisión de Evaluación y Control que designa a dos miembros para que se pronuncien, dentro de otro plazo al cabo del cual elevarán su propuesta de aprobación o denegación, que se comunica al médico inicial, el cual remitirá en un plazo de otros veinte días no sé qué documentación, y si otros veinte días después no hubiera respuesta se entenderá denegada la solicitud, ante lo cual cabe presentar un recurso contencioso-administrativo que, como bien sabe, tardaría meses en resolverse. Vamos, que te puedes morir esperando.

Comprenderá, señoría, que haya decidido poner fin a mi insoportable sufrimiento eutanasiándome por mi cuenta y a la antigua usanza, «mediante una relación causa-efecto única e inmediata» tan rápida y eficaz como tirarme al Ebro. Lamento las molestias del rescate, la autopsia y el estigma. Y a ti, mundo cruel, que te den.

 

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.