Gracias a otro virus, ahora sabemos que la culpa del colapso sanitario otoñal no era de sus gestores, sino de la falta de prevención, en una población desinformada, con medios tan simples como la mascarilla, la higiene de manos, el distanciamiento y, por supuesto, la vacuna. Gracias a la adopción de estas medidas por la Covid-19, en los dos últimos otoños la gripe prácticamente ha desaparecido.
¿Ustedes recuerdan que en cada epidemia estacional de gripe restringiesen nuestra libertad o nos machacaran a todas horas con las cifras y tasas de testeados, contagiados, vacunados, hospitalizados o fallecidos por comunidades, provincias y municipios? Miren, como el de la gripe, este virus ha venido para quedarse; nos obligará a pincharnos todos los años una vacuna que tampoco protegerá al cien por cien y tendremos que aprender a convivir con la Covid-19 con la normalidad con que aceptábamos la gripe, pero más aprendidos.
Así que, por favor, paren ya de marearnos hasta la náusea con cifras siempre alarmantes de incidencias, positivos y ocupaciones actualizadas al minuto, y déjennos vivir en paz, ir adonde y cuando queramos, sin tutelarnos como a niños ni tener que someternos a un test hasta para bajar a los mingitorios del Espolón. Estamos cansados, aburridos, desmoralizados, hartos. Ya sabemos cómo reducir el riesgo de contraer y contagiar una infección viral transmisible por vía respiratoria y que con síntomas leves no hay que acudir ni al centro de salud, pues hay muchas enfermedades peores que la Covid desatendidas por su culpa. Los vacunados debemos vivir sin miedo y, desde luego, no ponernos la mascarilla en situaciones desaconsejadas por la evidencia científica solo porque lo haya decretado un presidente cuya principal preocupación es continuar siéndolo. Ya vale.