Si tiene usted algún hijo en edad de escoger oficio permítame un consejo: la profesión con más futuro en este país es la Psicología. Durante mucho tiempo nuestra cultura ha sido reacia a consultar al psicólogo, y no digamos al psiquiatra, por una actitud vergonzosa ante un problema de salud mental o simplemente emocional. En este país nadie siente oprobio por padecer enfermedades físicas ni debidas a los peores hábitos, pero los problemas psíquicos lastiman el pundonor porque estar chiflado siempre ha estado peor considerado socialmente que estar del hígado. Pero afortunadamente esto está cambiando y hoy en día cuando sucede una catástrofe además de bomberos, reanimadores y policías acude inmediatamente al lugar de la tragedia un destacamento de psicólogos para atender a los supervivientes o a los deudos de los occisos. En el caso de los veintinueve (29) familiares de una de las víctimas ecuatorianas del brutal portazo etarra que lo rompió todo: edificios, coches, vidas, unidades y esperanzas, pero no treguas, fueron necesarios nada menos que tres psicólogos para atenderlos en el avión fletado para devolverlos a su país. Y es que nuestra opulenta sociedad está pidiendo a gritos, además de médico, psicólogo de cabecera: muchas personas acuden al centro de salud no porque necesiten pastillas ni pruebas ni especialistas sino para que las escuchen, aconsejen, consuelen o comprendan. Estamos sobrados de medicina para el cuerpo pero padecemos un escandaloso déficit de remedios y recetas para el alma enferma o lesionada, y esa es tarea de psicoterapeutas. Recordando vivencias especialmente duras en plena forja de mi personalidad (como cuando me internaron en una cárcel para niños, cuando ayudaba a despanzurrar muertos por la Rioja Alta, cuando un cabo chusquero me hurgó en los huevos con un bic en busca de ladillas o cuando me dejaron solo en mi primera guardia) estoy seguro de que si las hubiera padecido con apoyo psicológico hoy poseería una mente menos desequilibrada. Pero en la era prepsicológica tenías que tragarte tú solito los marrones, y eso que los míos no fueron nada comparados con los de quienes sufren de verdad atroces dolores de alma ocasionados por los peores trances que la puñetera vida te puede deparar. Así que animen a sus hijos a hacerse psicólogos, porque nadie, y somos muchos millones, nos libraremos de necesitarlos en algún momento. Pienso por ejemplo en el temido día en que ese maromo lechuguino al que ya odio sin conocerlo se lleve de casa a mi niña y no creo que pueda superarlo sin su ayuda. So baboso. Capullo. Sobón. Casco mierda.