La pasada no fue una buena semana para La Rioja. Las desafortunadas declaraciones públicas del presidente Sanz a propósito de la célebre grabación furtiva del colapsus del presidente Zapatero colocaron a nuestra modesta pero respetada comunidad autónoma en el punto de mira del choteo nacional. Los días siguientes todos los medios, hasta los mismísimos 40 terebrantes, se hicieron eco del «me importa un pimiento» y del «que les den por ahí» con que nuestro primer mandatario que se dice reaccionó a las acusaciones de filtrador, presa del nerviosismo propio de un chiquillo sorprendido en plena trastada. Sólo así se explica semejante salida de tono, difundida por todos los medios para desprestigio de esta tierra (por una vez que las palabras del presidente de La Rioja son noticia, manda huevitos el discurso). La lamentable imagen de república pimientera que nuestro presidente ha ofrecido con tan barriojabajeras expresiones impropias de su dignidad tardará en borrarse de la retina nacional, pero no se pierda de vista que vinieron bien para matar al mensajero que presuntamente reveló un dicho del máximo interés en el actual momento político. Porque lo grave de este asunto es: primero, que el presidente Rodríguez Zapatero considera un desgraciado accidente lo que fue un abyecto crimen premeditado; segundo, el penoso espectáculo de patio de colegio que ha dado nuestra alta clase política con lo del chivatazo, el quién ha sido, el acusica y demás; tercero, que se considere poco menos que delictivo que los españoles sepamos lo que se dice no en alcoba o merendero sino en sede parlamentaria, y que para enterarnos tenga que filtrarse lo que debiera retransmitirse. Pero lo más descorazonador de todo fue que nuestro presidente regional utilizara el honroso nombre del pimiento para ilustrar lo poco que le importaba cómo se obtuvo la ¿ilícita? grabación del ahorcamiento verbal de ZP. Podía haberse referido al rábano, al bledo o al comino, tan ajenos a lo nuestro, pero irresponsablemente optó por degradar hasta la nada al exquisito manjar que es además uno de los más sólidos pilares (sobre todo cuando están rellenos) de la prestigiosa cultura riojana. Eso es lo imperdonable del caso, y me sorprende que la oposición no haya organizado una marcha por la Laurel tras el lema «Por La Rioja, por el pimiento y por ahí». Claro que algunos malos perdedores, incapaces de tumbarlo en las urnas, están demasiado atareados en noquear a Sanz por su desatino verbal. En el fondo les importa un pito que les toquen los morrones. Sólo quieren el poder aún recibiendo un piquillo picante por retambufa si ese fuera el precio. Lo usual, vamos.