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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Amo

A propósito del dichoso 8-M, evitaré pringarme en el enfangado debate de que si el gobierno permitió las manifas a pesar de conocer el riesgo de contagio, como apunta una investigación judicial encargada a una guardia civil dirigida, claro, por mandos filogolpistas, y demás lances de este campeonato de lucha libre en barro, o mejor en estiércol, en que se ha convertido la política española en pleno desmontaje de la separación de joderes. Atendiendo más al fondo de la jornada reivindicativa mujeril que a su posible relación con la pandemia, diré que tras siete años de internado, seis de carrera, cuarenta y dos de traumatólogo y dos de jubilado, si existieran la reencarnación o el túnel del tiempo y tuviera que empezar una nueva vida elegiría ser amo de casa. Pero no como las insatisfechas de tal condición que reivindican su «realización», entendida como liberarse de la sumisión doméstica trabajando fuera de casa en las mismas condiciones que el varón. Para nada.

Yo me quedaría encantado por las mañanas en casita, haciendo mi trabajo sin presiones, horarios ni desplazamientos, sin jefes ni presuntos equipos y sobre todo sin soportar la losa aplastante de una responsabilidad profesional estresante y quitasueños. Escucharía mi música redentora, curraría a  mi modo y ritmo y como madrugo como las gallinas tendría tiempo para dar un paseíto o tomar un cafelito con otros liberados de la servidumbre asalariada después de comprar o antes de recoger del cole a los niños —de tenerlos— y si me sintiera solo, que no creo, pondría la radio o departiría con la mascota —de tenerla— o con Alexa. En caso de pandemia no me machacarían con el quédate en casa y si cerraran el colegio disfrutaría educando a mis hijos, que en nada crecen y se marchan. Es la ventaja de las segundas vidas, que naces más sabido que Lepe, obispo que fue de Calahorra y La Calzada. Y sería, además, un precursor del teletrabajo, como llaman ahora a currar en casa. Por supuesto, dependería económicamente de mi señora —de tenerla— sin importarme si mi brecha de género supera a la del Gran Cañón y, como el amo de casa no se jubila nunca, no aspiraría a otra pensión que la de mi probable viudedad. Eso sí, cari, la arruga es bella y a mí me pones rumba, robot friegasuelos, secadora, cafetera superautomática, combi dispensador y thermomix, me das una tarjeta de crédito y no me cuentes penas si quieres encontrarte el piso en orden y sin polvo (del de quitar), el camisón limpito y la mesa puesta cuando regreses al hogar derrengada y despotricando de tanto realizarte.

Me da igual que tilden mi plan de paramachismo, contrafeminismo u ocurrencia de género. Como bien saben los acaparadores de papel cular al inicio del confinamiento, el miedo es libre. Pues la fantasía, también. De tenerla.

(P.D. La sección “El teléfono del lector” de Diario LA RIOJA del viernes 12 de junio me sorprendió con la indignación de una señora que consideró esta columna insultante para las mujeres y una burla de las amas casa. Como la sección no admite posibilidad de réplica y desconozco su identidad, aprovecho este espacio para contestarle que no solo no pretendía mofarme de las mujeres y menos de las amas de casa (mi madre, como la suya, también fue ama de casa, ejemplar) sino que, aunque con socarronería en la forma, en el fondo hablaba en serio y quise expresar, veo que con escaso éxito, que el trabajo de un amo de casa puede ser más satisfactorio y “realizador” que cualquier oficio o profesión asalariados.  Con todo, lamento de veras el enfado de esta lectora, a la que invitaría a releer la columna  con más sosiego, amplitud de miras y sentido del humor, admitiendo que la indignación, como el miedo y la fantasía, también es libre.)

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.