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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Caminos

Para ir de mi casa al trabajo pueden seguirse dos caminos bien distintos. El corto sigue una acera recta que bordea una avenida de cuatro carriles repletos de coches superando deprisa su cotidiana carrera de obstáculos: las puñeteras rotondas, los molestos badenes, el maldito radar, el dichoso autobús urbano y los fastidiosos semáforos enrojecidos por peatones empeñados en cruzar la pista. El largo es un antiguo camino rural que serpentea pegado a su acequia entre pastos, huertos y sembrados, muy tranquilo y tan estrecho que a duras penas pueden cruzarse los escasos vehículos y caminantes que se aventuran a circular por él. Sumido en la cultura urbana de lo cómodo, rápido y práctico, durante años tomé el primero por más breve y directo. Cada nueva jornada a la misma hora cubría el trayecto en menos de diez minutos entre contenedores, vados, marquesinas para cansos, excrementos caninos, farolas y buzones ahogados en publicidad, tropezándome con los mismos escolares somnolientos, los mismos adultos enganchados a la tertulia de maitines y el mismo batallón motorizado de pringados desfilando hacia el curro y/o el colegio del hijo.

Hasta que el otoño pasado, ni sé por qué, me dio por escoger el camino largo, torcido y estrecho. Aunque sólo está a tiro de piedra de la bulliciosa avenida, la antigua vereda discurre ya por las afueras, por lo que mi penoso desplazamiento al afán cotidiano acabó convirtiéndose en un placentero paseo mañanero de media hora por ese campo donde, al contrario que en la ciudad, todo transcurre lentamente y en silencio. Los mulos pastan con pachorra, los cardos se toman su tiempo, las yemas brotan a cámara lenta y el enjambre de cigüeñas atraídas desde los campanarios al mismo sembrado se desayunan sin prisa mientras el primer sol se resiste a remontar la loma de Villamediana. A pesar de la inclemencia la caminata resultaba reconfortante, pero tanta anchura de horizontes y altura de miras acabaron despertando en mi conciencia un subversivo anhelo de libertad y una engañosa sensación de feliz rescate del secuestro de la vida por la rutina cotidiana que hacían más dura todavía la llegada a mi destino. Y si esto ha ocurrido en un invierno tan duro, no quiero pensar qué pasará cuando estalle al fin la primavera y la vega del Iregua invite a quedarse para disfrutarla. Así que ya me veo volviendo al tajo por la vía rápida, la de las prisas, el ruido, la grisura del asfalto y la tristeza de una acera sin machos ni cardos ni cigüeñas ni retoños ni soles haciéndose de rogar, volviéndole la espalda a otra mañana estupenda que no volverá. Para qué engañarse: es el camino que me pertenece como pringado.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


marzo 2010
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