Érase una vez una niña gaditana tan desgraciada que para ser concebida en el humilde seno de su mamá fue necesaria la intervención de un papá que la fecundara. Tal humillación de género original alteró su genoma de tal modo que, tras superar su etapa intrauterina como lamprea, nació metamorfoseada en una niña monísima pero fatalmente afectada por un síndrome feminista radical congénito (SFRC) que marcaría su difícil infancia en un mundo poblado por varones que lo mismo eran su padre que su primo que un profesor que el tendero de la esquina. Mas hete aquí que el progenitor de la niña era procurador síndico de su pueblo y, procurando que te procura, logró que el Gran Visir de la taifa andaluza, vasallo a la sazón del monarca leonés Zetapero el Exhumador, prohijara a la criatura introduciéndola como miembra en las juventudes de su partido. Tras estudiar empresariales en una escuela que apestaba a testosterona, realizó seis mesitos de prácticas en dos cajas de ahorro y trabajó otros diez en una fábrica de prendas de seguridad. Pero la pequeña Viví, que así se llamaba la pequeña, era infeliz entre buzos, cascos, botas y guantes para machos fornidos, y su padrino la rescató de las garras del curro para emprender carrera política, primero observando emprendedores, como delegada provincial de Cultura después y dirigiendo más tarde la Agencia Andalusí para el Desarrollo del Flamenco. Llegado tan extraordinario currículo a oídos del rey, llamóla éste a palacio y, rendido a sus encantos, nombróla (“¡cómo mola!”), ministra de Igualdá. Ya instalada en la Corte, Viví comenzó a revelar su prodigiosa ciencia infusa impartiendo lecciones magistrales sobre Lingüística, Genética, Metafísica o Biología que dejaban maravillados a los sabios del reino. Cierta noche, el Exhumador soñó que un ex nasciturus dejado en paz lo destronaba en unas primarias y, aterrado, encargó a su favorita interrumpir todos los embarazos de sus súbditas. Ni corta ni perezosa, la consecuente ex lamprea preparó un decreto negando humanidad al embrión humano como justificación de su exterminio. Conmocionados por el disparate, dos millares de científicos, profesores e intelectuales de Biomedicina, Humanidades y Ciencias Sociales se manifestaron ante las puertas del Gran Consejo que debatía la ley cuando de pronto éstas se abrieron y Viví, exultante por su aprobación, prorrumpió exclamando: “¡De un decretazo maté a siete mil!”. Despavoridos, los sabios huyeron hacia sus estudios, laboratorios y cátedras para guarecerse de la temible ministrilla cuyo infinito atrevimiento emanaba de su crasa ignorancia.
Y colorín colorado, este espercuento se ha acabado.