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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

“Insultos”

No hace falta ser académico para saber que “hijoputa” es una palabra admitida por la RAE que significa también “persona de mala intención”. En otra acepción reconocida, un “mierda” es una “persona sin cualidades ni méritos”. El diccionario acepta igualmente “cabrón” para definir al individuo “que hace malas pasadas o resulta molesto”, “maricón” al “hombre cobarde” o “malintencionado”, “lameculos” a la “persona aduladora o servil” y “coñazo” al insoportablemente pesado. “Tocar los cojones” vale por “fastidiar, molestar”, “mandar a tomar por el culo” por “despedir o rechazar con desprecio o enojo” y “mala hostia”, en fin, por “mal talante o malhumor”. Ciertamente, estas palabrotas no son cultas ni elegantes sino vulgares y malsonantes, pero sí coloquiales y tan usuales que muchas mujeres desahogan su hartazgo manifestando estar “hasta los cojones” que no tienen. Los tacos poseen un eficaz significado, otorgado por los usuarios del idioma y sancionado por la autoridad lingüísitica, y todos los hemos soltado alguna vez, no como insulto sino como definición. El problema surge cuando el vocablo es polisémico y el significado que le atribuye el que lo escucha no es el que pretende quien lo pronuncia: “mariposón” significa “hombre afeminado u homosexual” pero también “hombre inconstante en amores o que galantea a varias mujeres”, que es bien distinto. Muchas veces el malintencionado no es el hablante sino el escuchador.

En todo caso, es increíble la trascendencia que se concede en este país, no a lo que se hace o deja de hacer, que es lo importante, sino a lo que se dice y, sobre todo, a cómo se dice. Un gobernante puede ser desastroso para la sociedad, pero si ante cámara y micrófonos se comporta “educadamente”, nadie se meterá con él; ahora, como sea un brillante gestor pero se le escape un exabrupto, aún off the record, que se prepare: al día siguiente será carne de titular y tertulia y los partidarios del presunto injuriado enronquecerán pidiendo la cabeza del deslenguado. Si hay un país donde “las palabras hieren más profundamente que las espadas”, es esta España más sensible a la ofensa verbal que a la chapuza o la injusticia, heredera de un rancio honor aurisecular y tierra prometida de fariseos que se rasgan el disfraz de cortesía cuando alguien osa decir en voz alta lo que también piensan pero callan por fingida “corrección”. Aquí sobran eufemistas, hipócritas y falsarios pero faltan llamadores a las cosas por su nombre, o al menos por uno de sus nombres legítimos, aunque no sea el que mejor suene, pero todos entienden. Si un cargo público es condenado por “apropiación indebida”, alguien puede no enterarse de que era un chorizo. Verbigracia.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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